Fontera del Barrio Chino. Melilla.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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UNA BARRERA IMPOSIBLE (II)
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Coulubali tiene 23 años, dientes pequeños y una mirada entre inocente y asustada. Está paseando solo por el céntrico Parque Hernández de Melilla. Es uno de los elegidos; de ese 10% que logra pasar. Lleva las manos en los bolsillos.
-Vengo aquí a estar tranquilo, es un poco como estar en la naturaleza. Me recuerda a mi país.
Salió el 14 de abril de 2014 de Burkina Faso.
-Nos metieron a 22 personas en un todoterreno. Casi no podíamos ni respirar.
Así estuvieron viajando a través del desierto durante 13 días. De Burkina Faso a Níger y de Níger a Argelia. El destino era Maghnia, ciudad argelina pegada a la frontera con Marruecos y a unos 90 kilómetros de Melilla.
-Por aquel viaje tuvimos que pagar 650 dólares a una organización que se dedica a hacer esta ruta. En cada frontera había que pagarle a los policías. Llegamos el 27 de abril.
En Maghnia pasaron a manos de otra organización de contrabandistas encargada de cruzar una frontera, la argelina-marroquí que, oficialmente, no tiene paso por ese punto.
-Cruzamos a pie. Es peligroso. Si te pilla la policía argelina tienes un problema, porque vas a la cárcel. Y te pegan.
Coulubali escuchó historias de palizas. Abdallah, el chico de Costa de Marfil que abre este relato, las vivió.
-Cuando estábamos cruzando la frontera con Argelia la policía nos cogió. En la frontera hay un foso de dos metros de profundidad y tres metros de largo que no se puede saltar. Así que hay que bajar y volver a subir. Es muy peligroso –insiste también Abdallah-. Cuando estaba subiendo del foso, dos policías argelinos me vieron. Yo salí corriendo, pero me atraparon y me empezaron a pegar. Muchísimo. Me robaron parte del dinero que tenía y me enviaron a la cárcel. Allí estuve diez días y después me soltaron. Regresé a Maghnia y volví a pagar por cruzar. De nuevo casi me pillan, pero esta vez lo conseguí.
-Cuando estábamos al otro lado –prosigue Abdallah- nos dejaron en la estación de autobuses y allí cogimos un autobús a Nador (la ciudad que está frente a Melilla). Luego, pues ya sabes, lo de todos.
Lo de todos es que, a pesar de la odisea vivida, la llegada a Nador es solo el comienzo de la aventura. Falta la parte más tediosa y larga antes del salto final. Los subsaharianos que alcanzan Nador se reúnen en campamentos que instalan en el monte Gurugú, una frondosa montaña que se yergue sobre Melilla en suelo marroquí. Allí viven durante meses, a veces años, subsistiendo hasta encontrar el momento ideal para saltar la valla. Hace unas semanas, Marruecos desmanteló estos campamentos. Y los quemó. Hoy los subsaharianos que aguardan en Marruecos se esconden en cuevas y casas abandonadas.
-Yo estuve siete meses –cuenta Abdallah-. Al segundo mes se me acabó el dinero y empecé a bajar a Beni Enzar a buscar comida en la basura. Durante esos siete meses intenté saltar la valla doce veces. Hasta que lo conseguí.
Coulubali tuvo más suerte. Lo consiguió a la cuarta. El día que lo logró iban 38 chicos. Cuando se dejó caer al lado español, un dedo se le quedó enredado en la alambrada y comprobó que lo llevaba colgando mientras corría con la policía española detrás.
-Lo conseguí. Pero de aquel salto cogieron a casi todos -explica tranquilo mientras muestra la cicatriz en su dedo-. Si de verdad lo necesitas, no importa la valla. Pueden poner las vallas que quieran, que quien lo necesite de verdad las va a saltar.
-Entiendo que pongan una valla –añade Abdallah-. Si no estuviera esta valla, toda África estaría aquí.
Porteadoras cruzando la frontera en el Barrio Chino.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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Aunque ya habituados a ellos, los saltos son un acontecimiento en Melilla. En cuanto los subsaharianos tocan la valla salta una alarma que moviliza a decenas de coches de la Guardia Civil, periodistas, curiosos y hasta, en ocasiones, inmigrantes que ya están en España y que salen del CETI (el centro es de régimen abierto y carácter humanitario, no están retenidos) para alentar desde el otro lado a los colegas que lo intentan.
-Llevan meses en Marruecos esperando, así que tienen los saltos estudiadísimos. Saben a qué hora tenemos el relevo, si va a bajar la niebla, si hay algún problema en la valla… El otro día había uno subido a la valla hablando por el móvil.
Quien habla no puede revelar su nombre. Es un agente de la Guardia Civil, cuerpo que prohíbe a sus integrantes hablar con la prensa. Y menos sobre este asunto, tal vez el más delicado que manejan.
-Suelen ser tranquilos, pero a veces se ponen agresivos. Depende de dónde sean. Los nigerianos, por ejemplo, son más violentos. Nos escupen o nos orinan desde arriba. Hace poco uno cogía con la mano su propia sangre del tobillo y nos la lanzaba gritando ‘¡ébola!’.
La prensa de Melilla y las ONG de la ciudad han hecho públicos vídeos en los que se pueden ver estos enfrentamientos. Se han registrado abusos por parte de la Guardia Civil: golpes, porrazos, tirones que provocan caídas…
-Y lo que no vemos –dice José Palazón, presidente de la ONG Prodein-. La vulneración de derechos humanos en la valla es constante. Y la Guardia Civil abusa con impunidad y después miente. Yo he visto cómo les daban estacas de madera a los gitanos para que pegaran a los subsaharianos en la valla mientras ellos miraban.
Los agentes se defienden.
-Claro que hay abusos. Y claro que hay agentes racistas. ¿No hay garbanzos negros en todos los sitios? Pues aquí también. Pero no puede decirse que eso sea la norma. En general no hay un rechazo. Entendemos que quieran venir, que tienen que intentarlo. Es más, si lo consiguen, bien por ellos. ¿Qué te crees, que a mí no me destroza ver a un chaval ahí subido con los pies y las manos ensangrentadas? Hay días que los escuchas: ‘vamos jefe, déjeme pasar, que es el último paso. Que ya estoy aquí. Por favor’. Eso días vuelves hecho polvo a casa. Pero no te puedes ablandar. A nosotros nos dan esta orden y tenemos que hacer nuestro trabajo.
El enfrentamiento entre parte de la prensa y ONG contra la Guardia Civil en Melilla es palpable. Muy tenso. Una tensión que, difícilmente, se encuentra en otro punto de España y que hace que, debido a lo ingrato de su labor, los agentes desplazados a Melilla cobren hasta 800 euros más al mes.
-Algunas ONG ayudan a los inmigrantes a saltar –dice el guardia civil-. Les indican la hora y el punto por el que cruzar. Vienen muy informados.
Las ONG niegan tajantes.
-Ayudamos a los inmigrantes que cruzan porque son personas y tienen derechos. No les ayudamos a saltar, aunque desde luego nos alegra cuando lo consiguen, explica José Palazón, presidente del Prodein.
-La prensa -replica el agente- solo saca lo malo. Publican cuando hay golpes o incidentes. Pero no muestran cuando les damos bocadillos o agua, después de cinco o seis horas subidos. Eso no les interesa.
Jesús Blasco de Avellaneda, uno de los periodistas locales más conocidos de Melilla, refleja este enfrentamiento que se vive en la ciudad. Jesús nos cita para la entrevista a la puerta del juzgado de Melilla. Hoy le devuelven la cámara que la Guardia Civil le confiscó hace 18 meses cuando –según los agentes- grababa un salto a la valla. También hoy, mientras Blasco sale absuelto y triunfante del juzgado, han detenido a Ángela Ríos, fotógrafa freelance arrestada a las cinco de la mañana y acusada de ayudar a saltar a cinco inmigrantes.
-La pillaron con cinco chicos subsaharianos en el coche -explica el agente-. ¿Qué hacía a las cinco de la mañana en un salto? ¿Cómo sabía que iban a estar ahí? Creo que está muy clara la relación…
-Eso es una tontería –aclara Blasco-. Cuando hay un salto nos enteramos todos. Las acusaciones de la Guardia Civil de que ayudamos a saltar no solo son absurdas, son muy graves. Nos han llegado a acusar de tráfico de inmigrantes.
-Ángela vive al lado de la valla –prosigue-, escucha las alertas, oye el movimiento y baja. Como todos. La han detenido para meternos miedo a todos. Porque no quieren que grabemos lo que ocurre. Y nosotros enseñamos todo, lo bueno y lo malo. Yo he hecho fotos y se han publicado de cómo los agentes daban de beber a los subsaharianos. Cuando saco esas fotos no me dicen nada. Si tienen miedo de que la prensa esté cerca, es que no deben estar muy seguros de que lo que están haciendo sea correcto.
En realidad, efectivamente, no lo es.
Centro de Menores La Purísima.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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Dicen los convenios de Tánger firmados en 1862 entre España y Marruecos que la frontera que separa ambos países se sitúa dos kilómetros más allá de donde está hoy la valla. Es decir, en realidad, y según los tratados internacionales suscritos por Madrid, España ha cedido dos kilómetros de territorio a Marruecos (en esta franja de terreno hay casas y vecinos marroquíes, además de la policía fronteriza) en pos de limitar su borde con una valla. Una valla que, en consecuencia, está íntegramente en territorio español. Es importante tener en cuenta esto ya que la Ley de Extranjería Española dice –o al menos decía hasta hace unas semanas, cuando sufrió una reforma que ahora explicaremos- que cualquier extranjero que se encuentre en territorio español sin permiso y que no haya solicitado asilo, debe ser ingresado en un centro temporal para inmigrantes donde se le identifica, se averigua su país de origen y se abre un proceso administrativo para extraditarlo. Esto es lo que sucede en cualquier punto fronterizo de España. En Melilla, en cambio, lo que se ha hecho todos estos años es coger a los subsaharianos, bajarlos de la valla (que es, recordemos, España) y expulsarlos sin mediar palabra por una puerta a un país, Marruecos, que ni siquiera es el suyo. Esto se conoce en España como ‘devoluciones en caliente’ para los que son críticos con la maniobra y como ‘rechazo en frontera’ para quien defiende la práctica. Cualquiera de los dos conceptos supone una ilegalidad. Y en Melilla se lleva cometiendo muchos años.
Cuatro emails sin responder e incontables llamadas ignoradas, son evidencia suficiente para comprobar que al Gobierno español le interesa más bien poco hablar sobre este asunto. No solo es que hayan pasado por alto las peticiones de explicaciones destinadas a unos lectores, los latinoamericanos, que merecen todos los puntos de vista sobre un tema en el que no están familiarizados. Es que en el caso del gobierno autónomo de Melilla, se llegó a concertar una cita un lunes a primera hora en la que nadie se presentó. El avestruz enterrando la cabeza en la arena.
La explicación que el Ejecutivo español siempre ha dado a estas expulsiones sumarias en frontera es un protocolo aplicado en la Guardia Civil como respuesta singular a una situación excepcional. Este protocolo, que ni siquiera existe por escrito y fue trasladado a los agentes a viva voz, señala que un inmigrante en Melilla no está legalmente en España hasta que supera el cordón humano de policías.
-Si cuando tocan la valla se considera que están en España, ¿entonces para qué tenemos la valla? ¿Para qué estamos nosotros aquí? -dice el agente-. En España están cuando nos superan a nosotros. Entonces ya no les perseguimos, no podemos, pero sí podemos rechazarlos en la frontera.
El actual ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, declaraba hace algunos días que estamos ante “algo tan elemental como que los estados tienen el derecho y el deber de proteger sus fronteras a través de los pasos fronterizos. Los que irregularmente e ilegalmente intenten atravesar la frontera a través del perímetro fronterizo, que quede claro que no quieren pedir asilo sino que son inmigrantes que quieren entrar ilegalmente en el país”.
Y para respaldar este protocolo, el gobierno español acaba de aprobar una modificación de su Ley de Extranjería por la cual, y mediante una enmienda, se legaliza la figura de ‘rechazo en frontera’. Esto es, desde hoy y a ojos de la legislación española, expulsar a un inmigrante por una puerta de la valla ya es legal. El problema, entre otros, es que la reforma es probablemente inconstitucional (contradice los derechos recogidos en la Constitución Española) y, sin duda, contraria a los tratados internacionales firmados por España. Entre ellos los referidos a los Derechos Humanos.
Tanta contradicción ha puesto en contra del gobierno a casi todos los actores. La Unión Europea, que fue quien ideó y financió la valla, advierte estos días a España de que, por más que modifique la ley, rechazar en frontera es ilegal. También el Consejo de la Abogacía, quien va más allá y avisa de que legalizar las devoluciones no da garantías jurídicas a los agentes que lo hagan. Hasta el Sindicato Unificado de la Policía Nacional (SUP) ha levantado la voz contra la nueva ley, mostrando su oposición a la reforma.
El gobierno, a cambio, porta un as de reserva en la manga. Hace pocos días el ministro inauguró una Oficina de Asilo al Refugiado en el paso fronterizo de Melilla. Esta oficina, dice el ejecutivo, servirá de aquí en adelante para que cualquier inmigrante que llegue a Melilla pueda solicitar asilo y no se vea obligado a saltar la valla.
Pero. Hay un enorme pero.
Pedir asilo para los subsaharianos supone un suplicio. El proceso se alarga durante meses, a veces más de un año, durante el cual deben aguardar en el CETI, el centro temporal de internamiento que, mes sí y mes también, ve desbordada su capacidad. En estos momentos hay casi 2.000 personas viviendo en él, cuando su aforo es de 480. Las condiciones dentro son, además, duras.
-Los baños están sucísimos, ni te imaginas cómo huelen –cuenta un inmigrante sirio que lleva dos meses en el CETI- Lo único bueno es la comida, porque para dormir tenemos que meternos unas 200 personas en un dormitorio grande de literas triples. No caen bombas, pero por lo demás es como estar en Siria.
La espera, para colmo, suele acabar en denegación. De las solo veinte solicitudes de asilo de subsaharianos que tuvieron lugar este año, el 90% fueron rechazadas, según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Ante tal panorama los subsaharianos prefieren entrar como inmigrantes irregulares normales. De este modo son trasladados a la Península al cabo tres o cuatro meses y allí se quedan a la espera del juicio para su extradición en un Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE), donde solo pueden estar dos meses. Si la celebración del juicio se demora, quedan libres con la obligación de acudir a la vista cuando llegue la fecha. Vista a la que, obviamente, ninguno acude.
Además, alcanzar físicamente esta Oficina de Asilo es inviable para los subsaharianos. La policía marroquí no les deja cruzar la frontera. Hay demasiados intereses en juego. Si los subsaharianos pudieran llegar con facilidad a la oficina, a las mafias de contrabandistas se les hundiría el negocio. La instalación recién inaugurada parece quedar reducida a una estrategia para dejar sin argumentos legales a los subsaharianos, toda vez que la ley recién modificada deja claro que el asilo solo se puede pedir en la Oficina, y nunca desde la valla. Por más, paradójicamente, que ésta sea España.
-El derecho de asilo es un derecho humano. La condición de refugiado no se determina por la forma de acceso a un Estado. Las personas de origen subsaharianos tienen derecho a pedir asilo aunque su entrada se realice por puesto no habilitado.
Así reza el último comunicado que CEAR ha hecho público. El Gobierno ni se inmuta. Lo advertimos al principio: las cosas en Melilla funcionan de un modo muy distinto. Aunque en este caso, Melilla no tenga culpa ninguna.
La realidad es que la oficina se ha construido para el cada vez mayor número de sirios que está llegando a Melilla huyendo de la guerra. Desde el año 2013 han pasado por la ciudad, según datos de ACNUR, unos 5.000 sirios. De nuevo las mafias los traen a la ciudad española, en una ruta que parte de los campos de refugiados de Turquía o Irak, vuela hasta Argel y atraviesa ilegalmente a Marruecos. Una vez a las puertas de Melilla muchos sirios, en lugar de solicitar asilo, se cuelan en territorio español con pasaportes marroquíes falsos. De nuevo las mafias protegen su negocio: les han dicho que si solicitan asilo en España no podrán irse a otro país europeo, que es lo que quieren casi todos. Esto es falso, ya que un refugiado puede moverse –casi- libremente por los países de la UE. Pero no está siendo fácil convencerlos.
-Yo no me quiero quedar en España. No hay trabajo, no hay servicios sociales. No hay nada. Queremos irnos a Alemania.
Kaniwr es kurdo y ha llegado desde la ciudad siria de Kobane huyendo del ISIS. No ha solicitado asilo y lleva su decisión incrustada en la cabeza. Su discurso es el de la mayoría de recién llegados.
-Estamos yendo sirio por sirio, persona por persona, explicándoles que deben hacerse refugiados. Así su traslado será más rápido y después podrán irse al país que quieran –explica Teresa Vázquez, abogada de los servicios jurídicos de CEAR-. Pero tienen miedo y no se fían. Yo lo entiendo, pero me da rabia, porque lo que yo les ofrezco es como un boleto de la lotería premiado. Y lo rechazan.
Actualmente hay unos 1.800 sirios en Melilla. Han cambiado el paisaje de la ciudad. Ahora son amplia mayoría, por encima de los subsaharianos. Los últimos en llegar empiezan a comprender la situación y solicitan ya asilo. Los africanos, en cambio, saben que será denegada. Hay intereses más allá de Melilla. España es consciente de que los sirios llegan de una guerra con implicaciones estratégicas, de modo que podría suponer un inconveniente diplomático para el país someterlos a situaciones de abandono como las que padecen los subsaharianos. Es claro: unos pueden pedir asilo y se les concede. Y los otros, aquellos que tienen piel negra y nadie responde por ellos, no pueden. Y, si lo hacen, se les deniega.
Mohamed y familia, sirios que escapan de la guerra y del ISIS.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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Enfrente del saturado CETI hay un campo de golf. Hace unos meses José Palazón, el presidente del Prodein, capturó en una foto el momento en el que una golfista preparaba un swing junto a su carrito. De fondo, en la valla, una decena de subsaharianos aguardaban encaramados. Una tremenda metáfora visual que dio la vuelta al mundo. Que, si acaso, define los dos mundos. Define la frontera.
En los descampados cercanos al CETI los sirios y los subsaharianos –siempre por separado- se sientan a comer, o a hacer té o a charlar hasta que cae el sol y la temperatura. En ocasiones levantan hasta chabolas para buscar un hogar alternativo, que enseguida son derribadas por el gobierno autónomo. Muchos se van a los hoteles de la ciudad a ducharse. Otros pagan a vecinos para que les dejen usar el baño. Cinco euros por evitar el agua helada del CETI. Por evitar el olor nauseabundo de sus baños.
-Aquí la mayoría de sirios se creen que toda España es como el CETI. Que el CETI es España, así que se quieren ir –cuenta Hassan Zalam, un refugiado sirio de Alepo-. Yo sé que no es así, pero sí es verdad que aquí no hay trabajo, ni dinero y nadie puede ayudarnos. Esto es un tránsito y necesitamos salir de aquí para seguir viviendo. Los niños llevan meses sin estudiar y nosotros tenemos que trabajar. No podemos perder cada día sin hacer nada. Esto es desesperante.
Los miércoles hay más tensión en el lugar. Ese día un listado en la pared informa de a quienes se les concede la ‘salida’. Así lo dicen, en español, todos: ‘salida’. Es la palabra mágica, el profundo deseo. Quien recibe la ‘salida’ abandona el CETI, abandona Melilla, rumbo al paso final: Europa.
-Esos días son duros, emocionantes-cuenta Teresa Vázquez, la abogada-. Ves a todos arremolinados ante el listado. Nerviosos. Los que leen su nombre empiezan a llorar de alegría. Otros se van en silencio.
Salida. A eso se reduce todo. Kilómetros, fronteras, policías, vallas y penurias después, Europa les muestra la entrada. Con la palabra ‘salida’.