Confluencia del río Baker, el más caudaloso de Chile, con el río Nef.
Foto © Ángel López Soto
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UN SANTUARIO PARA LA BIODIVERSIDAD
Por Rocío Ovalle
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Suena una alarma en la Patagonia chilena: pese a ser una de las regiones menos pobladas del país, el cambio climático y la acción humana amenazan la conservación del ecosistema y las especies que habitan en él. ¿Logrará Chile conjugar desarrollo y conservación?
El refugio más seguro del planeta, eso era la Patagonia que el niño Bruce Chatwin soñó en el seno de la Guerra Fría. “Un lugar donde vivir cuando el resto del mundo volara en pedazos”, se dijo para sí. En 1974, el adulto Chatwin, abandonó una carrera de éxito en el mundo de la compra-venta de arte para recorrer los caminos australes, para atravesar la estepa entre el chillido agudo de los guanacos, para nadar en sus lagos turquesa, asomarse a sus fiordos y descubrir la mirada vigilante del cóndor sobre las cumbres heladas. Seguía los pasos de aquel hombre que un día descubrió en esos mismos parajes la teoría de la evolución de las especies.
El viaje de Darwin a la Patagonia marcó un hito en el desarrollo de la sociedad y el de Chatwin lo encumbró como uno de los más importantes representantes de la literatura de viajes, tras relatar sus vivencias en el libro En la Patagonia. Si en la actualidad continuasen con vida, no podrían entender cómo esta región casi virgen del planeta puede estar hoy amenazada por su propia especie.
Desde la segunda revolución industrial, el cambio climático se ha acelerado y actualmente, los habitantes de Aysén, en la Patagonia chilena, no necesitan informes para demostrar su impacto. Las sequías llegan al Cono Sur y provocan el aumento de los incendios forestales. “Tenemos problemas crecientes en la provisión de servicios básicos como agua potable y energía eléctrica, ya que se obtienen de una laguna pluvial que ha sufrido prolongados periodos de déficit hídrico y altas temperaturas”, señala Mauricio Aguilera, ingeniero agrónomo que trabaja en la Municipalidad de Caleta Tortel en la definición de estrategias de desarrollo.
Según los datos de un estudio realizado por la Dirección Meteorológica de Chile, para 2050 las precipitaciones en el sur del país podrían disminuir hasta en un 58 %. Además, lloverá más intensamente en cortos períodos de tiempo, lo que impedirá la infiltración de agua hacia las capas subterráneas, bloqueando así su acumulación. Esto degradará los suelos y elevará el riesgo de desastres naturales, como avalanchas y deslizamientos de tierra.
La mayor parte de la población chilena (82 %) coincide en que el cambio climático es el mayor desafío al que se enfrenta esta generación, según la segunda Encuesta Nacional de Medio Ambiente elaborada por el gobierno chileno en diciembre de 2015. Las regiones de Aysén y Magallanes, en el Cono Sur, son, pese a lo que se pueda presuponer, dos de las que menos sensibilizadas están hacia esta problemática.
Apertura del reportaje publicado en la revista GEO.
Foto © Ángel López Soto
“La gente del sur está más preocupada de proteger el ecosistema y el medio ambiente que del cambio climático, especialmente porque han visto los estragos que han causado algunas industrias, como la de celulosa”, explica Patricio Segura, presidente de Codesa, una corporación privada que defiende el desarrollo sostenible para la región de Aysén en términos ambientales, culturales, económicos y de participación ciudadana. Según explica, sus principales amenazas están relacionadas con las industrias energética, minera, forestal y del salmón.
Se trata de un tema diario de debate, especialmente en los últimos años en los que Chile ha discutido un macroproyecto hidroeléctrico que finalmente fue rechazado por el gobierno entrante de Michelle Bachelet. Unos argumentan que las industrias generan puestos de trabajo; otros, que lo primordial es conservar el entorno natural y su forma de vida. “Yo nunca he vivido con dinero. No sabría qué hacer con él”, explica el campesino Luis Soto, que junto con su familia vive en una zona remota en la frontera con Argentina; lo dice igual de convencido que hace unos años, cuando unos “extranjeros” le quisieron comprar sus tierras.
La mayoría de los habitantes se muestran en contra de grandes proyectos industriales. “El problema es el modelo de negocio que busca generar recursos económicos que a menudo no son reinvertidos en los mismos territorios, sino en otros lugares densamente poblados. Son estos ecosistemas los que subsidian el modo de vida de las grandes urbes, como si fueran infinitos”, sentencia el ingeniero Mauricio Aguilera. Quieren un desarrollo diferente para su tierra, sin las brechas de las ciudades. Y, sobre todo, preservando su riqueza natural. “Algunos empresarios mineros nos dicen que se enamoraron de la cultura, de la forma de vida y de la naturaleza de Aysén. Yo no les puedo pedir que no inviertan aquí, pero sí que lo que invierten no destruya el ecosistema que les enamoró”, explica un gaucho, uno de los muchos vaqueros que trabaja el ganado a lomos de su caballo.
Una de las alternativas que más peso tiene es el turismo. “Creemos que es una gran opción para el desarrollo de Aysén, porque es un modelo más democrático en la distribución de la riqueza que se crea, pero tiene que estar vinculado al comercio justo, a la identidad de la población, a su cultura y a la protección de la naturaleza”, señala Patricio Segura.
De hecho, el pasado mes de marzo Aysén firmó el pacto por el turismo sostenible con el que las autoridades regionales, organizaciones y empresarios del sector pretenden aunar esfuerzos para promover el ecoturismo. “El problema es que este tipo de pactos no suelen ser muy influyentes. A menudo funcionan bien para regular las visitas a grandes monumentos, pero no para zonas como Aysén, que supone un área de interés medioambiental con un volumen bajo de visitas, en torno a 40.000 al año”, señala Raphael Giraud, director para España de la Agencia Huwans. Se trata de una agencia que desde hace 30 años promueve el turismo de aventura responsable con el medio ambiente; en la Patagonia chilena cuenta con 13 rutas en las que los visitantes conviven con la población local, poniendo en valor sus tradiciones, y reciben información sobre cuestiones medioambientales, como la gestión del agua.
Un gaucho en el camino de Cochrane a Caleta Tortel.
Foto © Ángel López Soto
El presidente de Codesa demanda que el Gobierno avance con determinación hacia este camino y que haga un análisis de las capacidades de carga para no sobreexplotar los recursos disponibles, especialmente el agua y la electricidad, algo que ya afectó a un municipio este año.
Caleta Tortel es una singular población en el delta del río Cochrane, en pleno Campo de Hielo Norte, rodeado de parques naturales. Su población vive mayoritariamente de la extracción del ciprés de las guaitecas y de la artesanía a base de esta madera. Con ella han creado una singular urbanización en un territorio irregular, construyendo pasarelas a modo de calles.
Desde este importante enclave turístico, y tras cinco horas de navegación, se accede al glaciar Jorge Montt, el macizo de hielo más grande del hemisferio sur americano después de la Antártica. Chile posee 24.000 glaciares, una de las principales reservas de agua dulce del futuro. Sin embargo, los glaciares patagónicos se deshielan a un ritmo superior a los de otras zonas del mundo, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, consecuencia de la actividad minera y a la construcción de caminos. “Ya han sido destruidas más de 340 hectáreas. Chile no posee un marco jurídico para la protección de los glaciares, razón por la cual están siendo destruidos día a día por empresas mineras”, denuncia Greenpeace.
Mientras tanto, en la misma región, pero a cientos de kilómetros, el desierto frío avanza con paso firme conquistando nuevas tierras. El clima extremo de la estepa y sus escasas precipitaciones hacen de este ecosistema el hogar idóneo de hierbas y arbustos, roedores y guanacos. “¿Has visto algunas vez como el coirón, una gramínea típica de la estepa, captura la poca agua que recibe de las precipitaciones? ¿Cómo se asocia con otras especies para mejorar la eficiencia hídrica? ¿Y las comunidades de micro y macrofauna asociadas a estos ecosistemas?”, pregunta Mauricio Aguilera, apasionado por la belleza del paisaje semiárido.
Pero el coirón también está despareciendo debido al pastoreo excesivo, especialmente de ganado ovino, que arranca de raíz la vegetación. “El modelo ganadero patagón no es sostenible en relación al medioambiente, por haber superado la capacidad de carga de los ecosistemas, ni de la propia actividad económica, porque cuanto mayor es la erosión, menor es el rendimiento”, señala el presidente de Codesa. La estepa también está afectada por la tala indiscriminada de arbustos para leña.
“Aproximadamente, el 50 % del territorio de Aysén está protegido por el gobierno mediante Reservas o Parques Nacionales, aunque la mayor parte de esa superficie son masas de hielo, roca y montaña”, señala Peter Hartmann, presidente de la iniciativa Aysén Reserva de Vida que promueve el turismo comunitario. La estepa, en cambio, no está tan protegida como el resto de los ecosistemas porque la mayor parte está en manos de particulares; según la Fundación Tompkins Conservation, sólo el 2% de la estepa chilena tiene algún estatus de conservación.
Seis años antes de que lo hiciera Chatwin, cuatro amigos amantes de la naturaleza emprendieron un viaje en caravana cruzando el continente americano por carreteras de tierra desde California hasta la Patagonia. Eran Douglas Tompkins, Yvon Chouinard y otros dos compañeros, conocidos alpinistas, escaladores y empresarios, que descubrieron un basto territorio salvaje donde apenas había población. Este viaje en busca de la belleza en realidad supondría un punto de inflexión en sus vidas.
El glaciar San Rafael, en los Campos de Hielo Norte, alimenta la laguna del mismo nombre.
Foto © Ángel López Soto
Entraron en el mundo de los negocios produciendo el material que necesitaban para su gran pasión y acabaron convirtiéndose en multimillonarios preocupados por el impacto ecológico de sus empresas. Tompkins fundó la multinacional de equipamiento de montañismo The North Face y la marca de moda Esprit, mientras Chouinard creó Patagonia, corporación que trata de reducir el impacto que genera la fabricación de ropa.
Pasó el tiempo y, tras cada viaje, Tompkins albergaba más y más dudas sobre el sentido de fomentar una sociedad de consumo, a la que responsabilizaba de la destrucción del mundo natural. A principios de los 90, después de vender su parte de las compañías, juntó su fortuna a la de su segunda esposa, Kristine McDivitt Tompkins, la hasta entonces directora ejecutiva de la compañía Patagonia, y la invirtieron en la adquisición de tierras en el Cono Sur. Allí emprendieron un proyecto de reforestación y recuperación de especies amenazadas. Convencidos de que la mejor manera de conservar las tierras a largo plazo es la creación de Parques Nacionales, una vez restaurado el ecosistema, entregan las tierras y su gestión al gobierno del país.
El proceso ya se ha completado en el chileno Parque del Pumalín, donde en los años 70 las políticas impulsadas por el gobierno de Pinochet propiciaron las actividades extractivas y la tala masiva de árboles, entre otros, del alerce milenario, que llega a vivir 3.000 años, casi desaparecido y que ahora está siendo repoblado a través de viveros. En total, la organización Tompkins cedió 290.000 hectáreas al gobierno chileno en 2007 para este parque. También en 2005 donó 80.000 hectáreas para la creación del Parque Nacional del Corcovado y otras tantas han sido entregadas a Argentina.
Su actividad no está exenta de polémica. A pesar del esfuerzo por integrar a la comunidad local, más de dos décadas después de su aterrizaje en la Patagonia, la población del lugar, poco habituada a la actividad filantrópica, cuestiona un proyecto que se basa en la propiedad privada y la buena fe de quienes adquieren las tierras. Quienes comparten sus causas, en cambio, defienden que el trabajo de los Tompkis es “muy importante” para la región. Más allá de opiniones, el particular método de conservación de los Tompkins ha colocado en el centro del debate público los problemas para conciliar la conservación de los ecosistemas y el desarrollo del país.
La conservacionista Kristine Mc Divitt Tompkins.
Foto © Ángel López Soto
La pulsión por los retos físicos y medioambientales ha acompañado a Douglas Tompkins hasta el final de su vida. El pasado mes de diciembre falleció a causa de una hipotermia: intentaba cruzar en kayak con otros cinco amigos el Lago General Carrera, en el sur de Chile, cuando le sorprendió una gran ola que tumbó su embarcación. Su cuerpo fue enterrado en el Valle del Chabuco.
Lejos de disminuir su acción medioambiental, la organización busca aumentar sus recursos para finalizar sus proyectos. “Completar el legado de Douglas Tompkins nos compromete aún más. Debemos pensar en el proceso de transición para que la entrega de los parques al Estado sea fluida y haya garantías de su mantenimiento. Ya ha habido experiencias y prácticas de gestión que han sido exitosas y debemos mantenerlas o adaptarlas”, señala Hernán Mladinic, director ejecutivo del Parque Pumalín y miembro de Tompkins Conservation.
Tres viajes, tres maneras de mirar a la Patagonia y los tres, Darwin, Chatwin y el matrimonio Tompkins, quedaron embelesados con la belleza de un paisaje apenas tocado por el hombre en el que hoy suena una alarma. Es una llamada a la Humanidad. Los dos animales nacionales de Chile están en peligro de extinción: el cóndor, al que los incas creían inmortal, y el huemul, un ciervo andino que paradójicamente, simboliza para nuestra especie la razón y la inteligencia. Douglas Tompkins estaba convencido de que el primer compromiso de toda persona debe ser con la belleza porque surge del amor; también creía que sólo se puede amar lo que se conoce. Quizá el regreso a nuestros orígenes, el viaje al mundo natural, sea lo único que nos permita seguir evolucionando. Y al resto de las especies, también.
Valle de Chabuco, un tesoro para la conservación
El Gobierno de Chile está evaluando una propuesta para anexionar 81.000 hectáreas de Tompkins Conservation en el Valle de Chabuco a las Reservas Naturales de Jeinimeni y Tamango para crear el Parque Nacional Patagonia. Las tierras del Chabuco ya habían sido marcadas como prioridad ecológica tres décadas atrás, pero fueron los Tompkins quienes finalmente asumieron su coste y desde hace diez años trabajan con la población local en su conservación.
El granjero Eduardo Soto en el Fundo de San Lorenzo.
Foto © Ángel López Soto
Se trata del área de mayor biodiversidad terrestre de la región, una zona de transición entre la estepa semiárida y los bosques templados de ñires. El Valle de Chabuco es el hábitat de numerosas especies amenazadas y en peligro de extinción, como el emblemático ciervo huemul, del que apenas queda un centenar en el parque y no más de 1.500 o 2.000 en todo Chile. También es el refugio de especies poco conocidas como el gato montés sudamericano o gato de Geoffroy, del tamaño de un gato doméstico pero con la piel manchada como un leopardo.
Históricamente sobreexplotada por la ganadería intensiva, el área se encuentra hoy sometida a un proceso de restauración que ha permitido recuperar los pastizales y el retorno de la vida silvestre. Es considerada el área de mayor avistamiento de fauna de gran tamaño del país y el único lugar en Chile que contiene todas las especies endémicas originales del ecosistema. Teniendo en cuenta la escasa protección de la estepa, “la entrada del río Baker y el Valle de Chacabuco es un tesoro para la conservación”, señala Hernán Mladinic, de Tompkins Conservation.
De llevarse a cabo, el Parque Nacional Patagonia contará con una superficie de 282.000 hectáreas. La previsión es disponer, a partir del mes de mayo de 2016, de un borrador de acuerdo entre el Gobierno y la organización filantrópica con un cronograma que incluirá, como mínimo, un periodo de transición de seis años en el cual se mantendrá un estricto programa de monitoreo y seguimiento de la vida silvestre.
Publicado originalmente en GEO en marzo de 2016