Únicas pertenencias de un subsahariano cristiano que ha cruzado desde el Gurugú a Melilla.
Foto © Ángel López Soto
Aunque los medios escribamos sobre lo que pasa al otro lado de la valla de Melilla, nunca será sufciente para denunciar las barbaridades que se cometen. Desde hace más de una década los inmigrantes subsaharianos malviven allí esperando su oportunidad para entrar en esta Europa que no les quiere, les acoge a regañadientes y los deporta a la menor oportunidad. Hacemos un repaso a la situación actual mientras los asaltos a la Frontera Sur de Europa se suceden.
Por Alba Sánchez Serradilla
Artículo publicado en GEA PHOTOWORDS
Desde las lomas del monte Gurugú (Marruecos) ya puede observarse a lo lejos la ciudad española de Melilla, al igual que la valla alambrada provista de cuchillas que marca la frontera entre África y Europa, Marruecos y España, un continente condenado y una especie de “tierra prometida” que nada tiene de cierto. No obstante, la desesperación manda en estos casos. En el monte Gurugú acampan desde hace años grupos de inmigrantes de diferentes nacionalidades, agrupados por su país de procedencia, en su mayoría subsaharianos, a la espera de la oportunidad para saltar la valla.
En estos campamentos la luz eléctrica, o el techo sólido son lujos inimaginables. Se alimentan malamente de lo que pueden mendigar en los pueblos cercanos. El agua y el alimento son tan escasos que hacen la situación excepcionalmente dramática. Allí solo pueden hacer una cosa: esperar. Esperar para saltar la valla en un golpe de suerte, y hacerlo sin sufrir demasiados daños personales por caídas, cortes con las concertinas, o ataques de los agentes que custodian la frontera. Esperar a que la gendarmería marroquí pase a desmantelar la paupérrima acampada tal y como hace periódicamente. Por ello la mayoría del tiempo en el monte lo pasan escondidos. A finales del pasado año, Canal Sur cifraba en alrededor de 2.000 las personas que vivían en el monte Gurugú, aunque la cifra varía constantemente.
Pascal, uno de los inmigrantes que reside (o quizás ya, residía) en Gurugú, contaba a reporteros de La Sexta parte de su odisea: en uno de sus intentos de saltar la valla, fue apedreado, calló al suelo, y fue golpeado por la gendarmería marroquí. Los lugareños, marroquíes residentes en los alrededores del monte y de la valla de la vergüenza, aseguran -según recoge Periodismo Humano- que la policía golpea sistemáticamente a los acampados en Gurugú, y que no es extraño ver todos los días a personas malheridas deambulando por las carreteras cercanas.
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Restos de alimentos recogidos en un basurero cercano al monte Gurugú.
Foto © Ángel López Soto
El acceso al monte está sitiado por la policía. Existe un puesto de vigilancia permanente con presencia de gendarmería marroquí, fuerzas auxiliares, e incluso el ejército, en la única carretera que asciende al monte. Además de este campamento base, las rondas de vigilancia y las redadas son realizadas a pie para peinar todo el monte cada poco tiempo. Si intentas acceder al Gurugú, apuntarán la matrícula de tu coche, registrarán tu identidad, y vigilarán escrupulosamente que no puedas hacer fotografías o grabar vídeos, o que no lleves comida o útiles que puedas entregar a los inmigrantes. Tal es el control y la presión que Marruecos mantiene contra estas personas que han recorrido miles de kilómetros para buscar una vida mejor que creen que les espera al otro lado de la valla.
CÁRCELES ENCUBIERTAS
Tras las redadas, la cosa se complica más, si cabe. Los acampados son expulsados a golpes por las fuerzas auxiliares de sus improvisados campamentos, y posteriormente se queman todas sus (escasas) pertenencias. Quienes resultan detenidos son expulsados a zonas desérticas o a centros de reclusión. Uno de estos centros se sitúa en Berkane, entre Melilla y Argelia. Periodismo Humano describe este centro como insalubre e inseguro. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (ADMH) se ha referido a estos centros directamente como “cárceles encubiertas”. Allí se producen presuntamente todo tipo de abusos y violaciones contra los internos por parte de los agentes de la ley marroquíes. Quienes tienen la suerte de poder escapar a las redadas suelen refugiarse en los asentamientos de la ciudad de Oudja a la espera de que disminuya la presión en el monte antesala de Melilla. Para llegar a esta ciudad desde Gurugú es necesario caminar durante cuatro días, con lo cual la odisea continua.
La estancia en estos campamentos, distribuidos por niveles en el monte y por nacionalidades dentro de estos niveles, puede dilatarse demasiado en el tiempo. En el caso de Abang, recogido por el diario El Mundo, tras los dos meses que tardó en llegar desde Camerún, ha intentado saltar la valla de Melilla más de veinte veces sin éxito en los dos años que lleva sobreviviendo en Gurugú. Además, las concertinas le han esparcido por el rostro brutales recuerdos de todos estos intentos de entrar en España. Su historia es la de tantos: no tenía trabajo en su país, y viene a occidente a buscar un futuro mejor, o simplemente un futuro.
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Chabolas en torno al CETI. Un premio para los que logran saltar la valla.
Foto © Ángel López Soto
Diferentes ONG han denunciado esta situación de principio a fin: desde las penuriosas condiciones de vida a las que se ven obligados los inmigrantes en el monte Gurugú, hasta la brutalidad policial ejercida para disolver los campamentos o los saltos masivos de la valla que desde ellos se organizan. Human Rights Watch ha denunciado que España no respeta su propia Ley de Extranjería, ni la ley que ampara el derecho de asilo que se niega sistemáticamente a quienes llegan a pisar suelo español y son devueltos “en caliente” a través de la valla hacia territorio marroquí sin seguir el protocolo determinado ante tales casos. Por su parte, Amnistía Internacional España también ha tratado a fondo el drama de la inmigración a ambos lados de la valla, y ha instado al ejecutivo español a combatir el racismo, la xenofobia y la discriminación, para caminar hacia una sociedad con base en la tolerancia, la diversidad, y el respeto a los derechos humanos.
Los periodistas no son bienvenidos al monte Gurugú en los últimos tiempos. Lo fueron algún día, pero ya son muchos los inmigrantes que han declarado ante cámaras y reporteros la desesperación que les provoca el que, pese a haber abierto este espacio a diferentes medios de comunicación (entre otros, programas de audiencias nada desdeñables como Salvados o El Programa de Ana Rosa), y pese a haber compartido sus historias, su dramática situación no haya cambiado en décadas. La vida de estas personas salta a nuestras pantallas a veces, cuando se intentan saltos masivos en la valla o sucede algún escándalo ineludible e inevitable para la prensa. Luego las aguas vuelven a su cauce en Occidente y se deja de hablar de ello, pero la miseria, el hambre y la esperanza continúan acampadas en el monte Gurugú..
Alba Sánchez, periodista especializada en comunicación para el cambio social y el desarrollo. Técnico en cooperación internacional. Investigadora universitaria de medios de comunicación comunitarios y alternativos. Coordina y es editora en el proyecto Miradas por el Desarrollo, de periodismo social y defensor de los Derechos Humanos..