Vista del río Han. Seúl.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
SEÚL, CAPITAL DEL FUTURO
por Bruno Galindo
El boom económico coreano descubre un país joven que fascina a sus vecinos y al mundo. Pop, gastronomía, moda… Tradición y tecnología de vanguardia conviven en la trepidante metrópolis. Este artículo se publicó en el número de agosto de la revista Marie Claire.
Una chica de unos veinte años activa en modo selfie la cámara de su Samsung Galaxy –en la funda se ve al boy group de pop coreano Superjunior– y ante su improvisado espejo se arregla las largas pestañas postizas. Una pareja joven de estilo nouvelle vague toma café expreso en un local llamado Paris Croissant; él, pelo oxigenado, y ella, las uñas pintadas de todos los colores y un vendaje poscirugía cubriendo su nariz. Un ejército de ejecutivos trajeados cruza un paso de cebra hablando por sus móviles; detrás, una pantalla gigante LG reproduce el tráiler de un estreno cinematográfico mientras un ticker muestra los últimos valores bursátiles. Se pasean chicas y señoras con bolsas de Prada y Chanel; muchas arrastran un bulldog francés o un perro salchicha. Miles de puestos en la calle venden comida ultrapicante. De la Seoul Station salen trenes de alta velocidad en todas las direcciones posibles. En los templos, un gong anuncia el inicio o el final del día e invoca la calma del budismo seon. La cotidianidad de una ciudad está hecha de miles de microgestos en los que solo repara el visitante, encontrando sentido a una narrativa urbana que se renueva cada día.
Corea fascina al mundo de un modo reciente y novedoso: durante medio siglo fue un país del Tercer Mundo que vivió bajo una larga cadena de dictaduras hasta hace apenas quince años, suscitando el mínimo interés hasta hace… ¿un lustro? Ahora el país se gusta y, por extensión, gusta a los demás. La Corea del siglo XXI es un territorio atractivo, primero para sus vecinos de Extremo Oriente y luego para el mundo. Tiene el cosmopolitismo neoliberal chino y la luminosidad posmoderna japonesa; es la perfecta mezcla de ambos. Y aún aporta –esto es lo que más interesa– su propia personalidad, extraña y seductora. Es fácil detectarlo: se trate de su cine, su música, su industria de belleza o sus series televisivas, siempre lleva una k delante.
K-pop: copia mejor que original
Pese a que su escena pop sea tan mimética de Occidente, la música es una de las señas de identidad de la cultura de Corea, y de Seúl en particular. El fenómeno planetario, lo que no habían conseguido ni japoneses ni chinos, se lo apuntó un orondo showman de familia bien, de nombre artístico Psy. Su Gangnam Style dio la vuelta al mundo, ofreciendo una imagen de Corea frívola, orgullosa, cómica, ligera, materialista y glamurosa.
Ninguno de esos atributos define por sí solo al país, pero la suma de todos… ¡quizá sí! En el relato total, tanto o más importante que la música es la gastronomía local, tan fascinante y fundamental –y no lo decimos por el mok-bang, esa rarísima filia que consiste en pagar por ver comer– como puede serlo para un visitante la de nuestro país, o para nosotros mismos. Nadie en el mundo come como un coreano: está la técnica del fermento, el reto constante del picante, el divertimento de la parrilla en la misma mesa, la constelación de licores y sakes, la existencia de tés e infusiones para cada plato; y, sobre todo, la ceremoniosa función por la cual todo esto se reparte en una veintena de platillos sobre la mesa.
Doble página de apertura del reportaje en la revista Marie CLaire.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
¿El deporte rey es, entonces, la comida? Incorrecto. Falta una afición clave: ir de compras. Cualquier what-to-do-in-Seoul resaltará en su top cinco el atractivo de sus grandes almacenes –el mejor, Shinsegae; luego, Lotte y Hyundai–, de sus barrios comerciales –Gangnam, más exclusivo; Myeongdong, más funky–, de sus mercados (es muy popular Namdaemun). Cierto que parte de esta pulsión se escora –pese al proselitismo de los coreanos con su producto nacional– hacia las marcas internacionales de alta gama. En esa dirección, el mercado ha ido al alza incluso durante los años de la crisis, un auge avalado por la apertura de centros comerciales y las elevadas cifras de importación.
Otra parte tiene que ver con productos de belleza Made in Korea, que fascinan tanto allí como en el extranjero. Son muchos los productos de alta calidad en cosmética natural o industrial, pero quizá destaquen las cremas multifunción BB Cream. Las marcas locales –Missha, Etude House, Skin 79– son, a priori, muy recomendables, y están directamente asociadas a la belleza coreana o k-beauty, fenómeno global imitadísimo en los países vecinos y muy apreciado por quienes optan por la cirugía plástica, campo en el que Corea es una potencia mundial. Una de cada cinco mujeres del país se ha sometido a alguna clase de operación de estética –generalmente ojos, mentón y nariz–, y está bien visto hacerlo incluso entre adolescentes.
Nuevo showbiz coreano
Casi todo lo mencionado confluye de algún modo en una industria sólida y pujante: la del entretenimiento. Al mencionado ámbito de la música pop hay que añadir el del cine. Beneficiada por unas leyes proteccionistas que obligan a las salas a proyectar películas nacionales el 50% de los días del año, y también por el amor de su público por lo patrio, la industria cinematográfica local goza de una salud de hierro. Kim Ki-duk, Hong Sang-so, Bong Joon-ho y otros directores son venerados nacional e internacionalmente.
Hay una miríada de actores y actrices que el público adora, sobre todo aquellos que están en los k-dramas televisivos: series de temas urbanos o históricos cada vez más exportados. ¿Pronto aquí? No sería raro: casi todo lo aquí mencionado forma ya, de un modo u otro, parte de nuestras vidas.
Este artículo se publicó en el número de agosto de la revista Marie Claire