Dharamsala (India) sede del gobierno tibetano en el exilio y residencia del Dalai Lama desde su exilio en 1959
Desde la recepción del hotel Tíbet, en McLeod Ganj, el barrio alto de Dharamsala, se ve el mundo pasar sin descanso por una calle de tierra. Peatones, coches, vacas, perros, monos… Basta sentarse, mirar y esperar. El todo Tíbet intergeneracional en el exilio cruzará por ahí antes o después. Y el todo turista alternativo llegado aquí en busca de lo místico o exótico. El ambiente es el de una población bien viva, un Times Square de cuatro calles en cuesta, un balneario de altura repleto de vestidos y rostros curtidos (“chinky tibetan face”, lo llaman), monasterios con nombres replicados de los del interior de Tíbet y dramáticos currículos personales.
Aquí lo mismo se oyen los mantras de los monjes, las palmadas de los debates filosóficos de los estudiantes en el templo mayor (Tsuglagkhang) o las letanías de las procesiones por los inmolados (dentro, en Tíbet) que la música occidental en los restaurantes, los gritos de los tenderos o la algarabía popular en cuanto el Dalái Lama sale de su residencia contigua al monasterio de Namgyal. Todo salpicado siempre por olas color vino, el tono de los hábitos de los monjes que nunca paran quietos, ida y vuelta desde el templo, la kora, el círculo que es la purificación del karma.
Lola Huete Machado