Manuel Rivas.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
UN SANTO CON PARAGUAS
Por XOSÉ MANUEL PEREIRO para EL PAÍS
“¿Y esto de ir de apóstol y de caer del caballo camino de la India?” se apresura a autopreguntarse Rivas. “No fue una revelación”, se autorresponde. La ‘providencia’ se presentó en forma de dos chicas que al salir de un recital de poesía en el barrio barcelonés de Gracia me propusieron conocer la obra de Vicente Ferrer, sin condiciones. Y como decía Borges que las cosas importantes le pasaban al otro Borges, el otro Rivas dijo que sí, a pesar de que estaba acabando una novela, que tenía la casa llena de personajes y que, según me dijeron después, el viaje a la India era dentro de 10 días”. De aquel “sí” del “otro Rivas” surgió Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades (RBA).
El escritor gallego pasó un mes en las tierras de Anantapur, en las que vivió el ¿misionero? catalán desde finales de los años 50 y en las que murió en 2009, viajando en un jeep con Sheba y Rama, dos traductoras de telugu, el idioma oficial del estado de Andhra Pradesh (y la segunda lengua nativa más hablada de la India, por casi 80 millones de personas). “Fue una auténtica inmersión, que me descubrió no solo un mundo, sino que supuso un cambio de mirada, una revolución óptica, y me trastocó el sentido del tiempo. Me pareció haber pasado allí una vida”.
En realidad, mientras seguía las huellas que habían dejado a lo largo de cincuenta años las sandalias rotas de Vicente Ferrer, Rivas iba conociendo a su protagonista a través de las vidas de los que lo habían conocido. “No es una hagiografía, ni siquiera una biografía. Es un trabajo de reinvención de Ferrer mediante la red social de gente que fue tejiendo. Un ensayo sobre la experiencia, un diario de viaje, cada capítulo es un reportaje y un relato centrado en una vida. Vidas de intocables –cuando pudieron hablar se llamaron a sí mismos dálit,“aplastados”- y mujeres, es decir, doblemente intocables”.
Vidas como la de la chica que tuvo que sufrir de niña un matrimonio impuesto; la que nació con un labio leporina, su familia la consideró un monstruo y -“como Edipo, yo la llamo Edipo Reina”- fue sepultada, y salvada por un pastor. O una chica ciega, con un enorme tumor en la cara, que fue rechazada por la universidad por su aspecto, a pesar de tener una beca y una inteligencia fuera de lo común. “Es gente que volvió de un infierno. Podría parecer que es algo blando porque trata de un santo, pero este es posiblemente el libro más duro que escribí”, resume Rivas.
Es también el primero que escribe por encargo y directamente en castellano. “Hice el libro que quería hacer, y creo que es de lo mejor que escribí. Ferrer era un personaje en perpetua revolución, del que yo tenía un conocimiento google, pero que tiene una historia desconocida, de ir creando provocaciones benéficas, de llevar el reloj adelantado”. Rivas desgrana esos pasos adelante: desde su afiliación al POUM, el partido más alternativo y creativo de la República, hasta su participación siendo un adolescente en la carnicería de la batalla del Ebro, que lo convierte en un pacifista, su paso por los campos de concentración de Argelés y Betanzos, su ingreso en la Compañía de Jesús y su labor como uno de los primeros curas obreros en el extrarradio de Barcelona.
“A finales de los 50 recala en la India, y antes de la Teología de la Liberación, de la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire, o del ecumenismo del Vaticano II, descubre que su labor no es ponerse a competir sobre qué dios es mejor”, cuenta Rivas, que califica al protagonista de su ensayo reportaje como “un náufrago de la historia, que a quien se le acercaba, fuese un profesional de éxito o alguien que buscaba el último refugio, siempre le preguntaba: ‘¿a ti de donde te han echado?’, y que recorría los caminos con un zahorí, un hindú de Goa, buscando agua, y con un paraguas. Era un santo con paraguas”
Publicado en el diario EL PAÍS el 21 de enero de 2014