La Grand Place de Mons.
FOTO © Ángel López Soto
MONS – METAMORFOSIS CULTURAL (reportaje publicado en la revista GEO en el número de agosto)
Por Javier García Blanco
Durante décadas ha sido una de las regiones más deprimidas de Bélgica, pero hoy el Borinage y su ciudad más importante, Mons, luchan por reinventarse aprovechando su papel como Capital Europea de la Cultura.
Cuando Van Gogh llegó a la región del Borinage en 1878 para convertirse en predicador, este distrito de Valonia, en el sur de Bélgica, era uno de los más pobres de todo el país. Hoy, casi 140 años después, ya no quedan mineros de piel ennegrecida arriesgando sus vidas en el corazón de la tierra pero, precisamente a causa de la desindustrialización, el Borinage sigue siendo una de las zonas más deprimidas de Bélgica. A pesar de esta perspectiva poco halagüeña, la población del distrito no tira la toalla. El futuro, confían, podría estar en el turismo y la cultura como revulsivos para transformar la ciudad y su entorno. Un proceso de cambio que Mons lleva tiempo realizando, y que dio al fin sus frutos con su designación como Capital Europea de la Cultura en 2015.
La minería jugó su papel más decisivo en el siglo XIX, pero ha estado desde siempre en el ADN de los habitantes de la región. De hecho, los primeros pobladores de la zona se afanaron, allá por el neolítico, en crear una de las minas de sílex más grandes y antiguas de Europa, la de Spiennes, declarada Patrimonio de la Humanidad y abierta ahora por primera vez al público. Tras su activa etapa neolítica y pese a ser un asentamiento de cierta importancia en época romana, la prosperidad de Mons se disparó a partir de la Edad Media. A esa época se remonta la primera fortificación de la ciudad, creada por Balduino IV en el siglo XII. Unas murallas que se revelarían fundamentales durante los asedios que sufrió la ciudad con el paso de los siglos. El primero de ellos se produjo en 1572, cuando Fernando Álvarez de Toledo, el Gran Duque de Alba, puso sitio a la localidad durante la Guerra de los 80 años. Un siglo más tarde fueron los ejércitos de Luis XIV, el Rey Sol, quienes sometieron a la ciudad. Y es que la región, al igual que el resto del país –a menudo denominado como “el campo de batalla de Europa”– ha sido siempre un imán para los conflictos bélicos. A apenas 50 kilómetros tuvo lugar la batalla de Waterloo, que puso fin a las aspiraciones imperialistas de Napoleón, y fue en Mons donde el ejército británico tuvo su primer enfrentamiento con los alemanes durante la 1ª Guerra Mundial. Ya en la 2ª Gran Guerra, Mons fue de nuevo un enclave estratégico, sufriendo durísimos bombardeos por parte de la Luftwaffe. Así, no es de extrañar que otro de los museos inaugurados este año, el Mons Memorial, esté dedicado a analizar el fenómeno bélico en todas sus facetas.
En su viaje de 1837, Mons fue la primera ciudad belga en la que recaló Víctor Hugo. Las cartas a su esposa Adèle son un vivo testimonio de la impresión que le dejó la urbe. Le agradaron su Grand Place, que le resultó “especialmente bonita”, y su Ayuntamiento de estilo gótico flamígero, pero sobre todo el Beffroi, el campanario barroco que aún hoy atrae todas las miradas. Construido en el siglo XVII, el Beffroi es la única torre barroca de Bélgica, y sus 87 metros de altura y 49 relojes le valieron el título de Patrimonio de la Humanidad. Hoy se ha convertido en otro de los cinco nuevos museos de la ciudad. A sólo unos pasos del campanario se erige otro de los hitos arquitectónicos de la capital valona: la colegiata de Santa Valdetrudis, una maravilla gótica construida para custodiar las reliquias de esta beata que juega un papel privilegiado en la fiesta grande de Mons, el concurrido Doudou.
Javier García Blanco en el Mausoleo del Grand-hornu.
FOTO © Ángel López Soto
Víctor Hugo es recordado con afecto por los montoises, lo mismo sucede con otros ilustres personajes vinculados con la región. Orlando di Lasso, el compositor renacentista, nació aquí y fue en su ciudad natal donde escribió algunas de las mejores polifonías de su época, que serán recordadas en varios conciertos de este año cultural. Incluso el poeta Paul Verlaine, que pasó dos años en la prisión de la ciudad después de disparar a su amado Rimbaud, es visto con simpatía, pues fue durante su estancia en la cárcel cuando escribió algunas de sus obras maestras. También él tendrá su hueco con una exposición especial ofrecida por el flamante Museo de Bellas Artes (BAM).
Hugo, Verlaine y Di Lasso dejaron huella, pero es sin duda Van Gogh quien ha despertado un mayor interés en este año de la capitalidad cultural. El holandés llegó con la intención de convertirse en misionero protestante, pero sus experiencias en el Borinage terminaron por alumbrar a uno de los artistas más geniales de la historia. No es de extrañar, por tanto, que el pintor pueda ser una pieza clave en el desarrollo de la región. Así lo cree Riccardo Barberio, responsable de un proyecto que pretende devolver la vida a la vieja mina de Marcasse. El recinto, en ruinas desde 1953 debido a una explosión de gas, fue uno de los lugares en los que Van Gogh predicó y donde tomó sus primeros bocetos. Barberio confía en que Marcasse podría tener una segunda vida como sede de una casa-taller para jóvenes artistas. Claudio Pavano es otro de los vecinos que sueñan con un futuro mejor. Junto con el guía Filip Depuydt, realiza todas las semanas visitas guiadas siguiendo los pasos del pintor por la región. La ruta recorre enclaves señalados como las dos casas en las que vivió el artista, los lugares en los que predicó y en los que realizó sus primeras obras de arte. Además, el grupo de Depuydt y Pavano cumple también una importante función social, pues parte de los fondos recaudados con las visitas se destinan a familias en riesgo de exclusión social.
Este esfuerzo por recuperar antiguos espacios singulares se evidencia también en otros puntos de la ciudad. Es el caso de los antiguos mataderos, hoy reconvertidos en espacio de exposición de arte de vanguardia. Pero también hay hueco para las nuevas construcciones que, junto a los espacios rehabilitados, pretenden servir de punta de lanza para una Mons más moderna y futurista: aquí sobresalen dos nombres, el del arquitecto neoyorquino Daniel Libeskind, autor del nuevo Palacio de Congresos, y el del español Santiago Calatrava, cuya estación de ferrocarril promete convertirse en una de las sensaciones arquitectónicas de la ciudad. Mons soñaba con dejar atrás un pasado gris y desalentador, y parece que lo ha conseguido.
Mercado de flores de la Plaza Léopold.
FOTO © Ángel López Soto
DOUDOU – LA FIESTA DEL DRAGÓN
Si hay un día en el calendario en el que Mons explota de vida y animación, ese es el de la fiesta del Ducasse –o Doudou, como se conoce popularmente–. El festejo, que se prolonga durante ocho días en el mes de mayo, tiene su origen en una tradición medieval vinculada con la patrona de la ciudad, Santa Valdetrudis. Cuenta la leyenda que, en el año 1349 y a raíz de una temible epidemia de peste que asolaba a la ciudad, las autoridades de Mons decidieron sacar en procesión las reliquias de la santa desde la colegiata que lleva su nombre. El desfile dio sus frutos y la peste cesó, de forma que el “éxito” se conmemora desde entonces cada año con una procesión que rememora la original.
El sábado anterior a la fiesta principal, por la tarde, se procede al descenso del relicario con los restos de la santa, custodiados durante todo el año en la colegiata, y las reliquias se entregan a las autoridades. A la mañana siguiente, día principal de la fiesta, el relicario se deposita en el llamado Car d’Or –un carruaje de madera del siglo XVIII– que, tirado por caballos, recorre la ciudad en procesión. Tras recorrer las calles de la ciudad, el carro llega a la Rampa de Sainte-Waudru. Allí, el carro –con un peso de unas cuatro toneladas– debe ascender por una pendiente de casi el 20 por ciento de desnivel, ayudada por caballos y el empuje de cientos de vecinos, que harán lo posible por que el carruaje ascienda hasta la “cima” sin detenerse. Si el carro se para antes de llegar a lo alto –así lo asegura la tradición–, traería mala suerte a la ciudad.
Después del ascenso, la fiesta se traslada a la Grand Place, donde tiene lugar el otro momento culminante de la fiesta: el llamado Duelo de Lumeçon, en el que San Jorge se enfrenta al Dragón, ambos ayudados por sus respectivos partidarios: cientos de vecinos de Mons disfrazados para la ocasión.