Por Sergi Ribas para GEA PHOTOWORDS
Los microcréditos son pequeños préstamos que se realizan a personas generalmente pobres o con pocos recursos a los que no conceden créditos los bancos tradicionales, se entiende que por desconfianza a que les sea devuelto. Este tipo de financiación fue iniciada por Muhammad Yunus(posteriormente Premio Nobel) y el Banco Grameen en Bangladesh en el año 1976 y desde entonces son la herramienta más habitual en los países pobres que no en los del llamado Primer Mundo.
Con estos microcréditos, muchas personas que no disponen de recursos pueden financiar proyectos laborales que les reviertan unos ingresos. El concepto “micro” no solo se puede referir a créditos, sino que dentro de la microfinanciación se pueden encontrar microseguros, microahorros, etc.
Visto a grandes rasgos estamos hablando de un instrumento financiero que sirve para dar un voto de confianza a los más pobres para que éstos puedan emprender un proyecto personal que les acabe proporcionando beneficios y así incremente su nivel de vida. Al principio, mediados de los setenta, eran las Ong’s las que gestionaban estos créditos. Al darse cuenta de que estas inversiones casi nunca se pierden sino que se recupera toda la deuda y se genera beneficio el crecimiento de estos programas empieza se incrementa de forma notable.
En base a este crecimiento sustancial las Ong’s crean alianzas estratégicas con bancos locales para que estos proporcionen el financiamiento mientras que ellos proporcionan las garantías y la coordinación de los recursos. Este es el punto de inflexión a partir del cual comienzan a aparecer las críticas y donde se destapan las intenciones que se ocultan detrás de un velo de solidaridad y de lucha contra la pobreza.
Cuando aparece la palabra beneficio empieza a haber movimientos estratégicos de los sectores financieros, micro y macro. El núcleo de las críticas al microcredito es que se utiliza esta herramienta para incorporar al sistema económico mundial a más clientes, los cuales no podrían entrar por su escasa capacidad económica.
Con los microcréditos tenemos microclientes, pero que ya sirven a los bancos y al sistema para ampliar su cartera de parroquianos. Un dato: desde que se empezó con los microcréditos, el “negocio” ha aumentado de forma imparable. Según el Banco Mundial, su principal promotor, existen unas 7.000 instituciones microfinancieras sirviendo a unos dieciséis millones de pobres en los llamados países en desarrollo.
Problema ideológico
Con la incorporación de los bancos en el negocio, los principales beneficiarios no son los más pobres y/o los excluidos sino la entidad que concede el crédito, a excepción de casos como el de Poble Nou, donde no se genera beneficio para quien concede el crédito. Además este instrumento genera un problema ideológico generando una falsa comprensión de las verdaderas causas de los desequilibrios sociales y económicos en el mundo y de la forma de abordarlos. Generando la impresión de que dando dinero a los más pobres podrán entrar en el sistema económico mundial se da a entender que éste funciona correctamente.
Así no se plantea que quizás el problema esta en el funcionamiento del sistema económico mundial basado en el crédito y el crecimiento y donde es el mercado (bancario) el que se tiene que encargar de la pobreza.
Otra crítica recurrente que se le hace a los microcréditos y que está relacionada con la crítica nuclear de la que acabamos de hablar es que se encubren las verdaderas causas de la pobreza y el subdesarrollo y se señala a los pobres como responsables directos de la situación en la que se encuentran. De esta forma se anula el papel de los Estados, gobiernos y comunidad internacional dando a los individuos toda la responsabilidad de una situación que no han creado ellos, sino el mismo mercado que tiene que acabar solucionándolo.
Esta es la paradoja: la meritocracia tan propia del capitalismo salvaje lo único que se consigue es hacer cada vez más dependientes a los más vulnerables. En lugar de crear políticas de cooperación internacional se crean políticas de bancarización y se convierte la pobreza en una deuda eterna, algo parecido a las fuentes que utilizan la propia agua que desprenden.
El director del Máster Interuniversitario en Cooperación al Desarrollo de la Universidad de Alicante,Carlos Gil, tiene claro que “el endeudamiento masivo de la población más pobre por el que apuestan los microcréditos no puede presentarse como la solución a los problemas de la pobreza y el subdesarrollo en el mundo, y mucho menos como una muestra extrema de libertad y progreso. Más bien parece que asistimos a un proceso de extensión de la economía bancaria y financiera entre los sectores más pobres, curiosamente los que han estado excluidos de ella hasta la fecha”.
Desigualdades
Con este proceso de extensión de la economía bancaria lo único que se consigue es la inserción de los países en desarrollo en el liberalismo económico que genera desigualdades en todo el planeta y sobretodo en los mismos países desarrollados. Pero para Carlos Gil la clave está en que “de esta forma se garantiza una clientela prácticamente ilimitada que permite engrasar un sistema capitalista que habrá entrado así incluso en los sectores más pobres del planeta.”
Entonces, ¿los microcréditos son parches más que soluciones? Gil cree que para encontrar soluciones reales “deberían explorarse nuevas formas de economía social, formas comunales de producción, sistemas avanzados de cooperativas y sociedades productivas, medidas para fomentar el empleo público desde las administraciones descentralizadas, las aldeas y los núcleos rurales”. Es decir que la solución a la pobreza no pasa por el endeudamiento y el empobrecimiento generalizado, que son parte de la espiral que lleva a más de lo mismo y que parece que sean las únicas herramientas que existen o que el “mercado” nos deja utilizar.
Pensar que lo que nos empobrece nos sacará de la pobreza quizás es confiar demasiado en la mágica “caja negra” del mercado o querer darle demasiada responsabilidad.
Mientras tanto grandes empresas y grandes bancos, entre ellas esta la criticada y señalada Monsanto, han entrado con ganas y con fuerza a “ayudar” a los países más pobres. A cambio, los bancos han penetrado en sectores de la población que antes les quedaban muy lejanos y Monsanto está consiguiendo una gran cantidad de tierras y vendiendo a precios más que accesibles sus semillas, las cuales hacen que la tierra quede impracticable para otra variedad que no sea la que ellos mismos venden.
El negocio de ayudar al tercer mundo es más que rentable, más cuando “su efecto sobre la reducción general de la pobreza no está empíricamente probado; al contrario, ni la situación económica ni social de las poblaciones donde se aplican han mejorado”, afirma Gil. Lo que sí se ha logrado es extender el capitalismo a sectores donde de otra forma hubiera sido imposible llegar. Un instrumento financiero que nace como herramienta para ayudar a los más pobres se acaba convirtiendo en una arma estratégica para incorporarlos al mercado y hacerlos más dependientes.
Sergi Ribas es licenciado en Sociología por la Universidad de Barcelona. Especializado en Medio Ambiente y Sociedad, ha trabajado para el Consell Assessor per al Desenvolupament Sostenible de la Generalitat de Catalunya y posteriormente ha tenido la oportunidad de viajar por el Cono Sur americano colaborando con diferentes ONG como la Fundación ambiental boliviana Gaia Pacha y la entidad chilena ¡Activo! Actualmente escribe en Ecodiari.cat