Tendido eléctrico en una calle de Cachoeira. Bahia, Brasil.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
Pulsar un botón y observar como al instante se enciende una bombilla. Abrir una llave y dejar correr el agua. Conectar la calefacción, la cocina, llenar el depósito del coche. Todas ellas son actividades cotidianas con las que estamos más que familiarizados, y todas implican consumo de energía. Durante años, hemos tratado los recursos energéticos como si fueran infinitos, y es ahora cuando empieza a notarse cierta conciencia ciudadana de que quizás las cosas podrían hacerse de otra manera.Y, es que, la mejor fuente de energía es la que ahorramos. En esta tercera entrega de la Otra cara del consumo hablamos de ello.
Por Alba Sánchez para GEA PHOTOWORDS
Algo tan básico para la vida occidental como es la electricidad, debería ser también uno de sus bienes más preciados. Sin embargo todos los días asistimos al derroche constante de esta energía. Quizás porque la tenemos de una forma tan sencilla en nuestros hogares que hemos dejado de apreciarla.
La energía eléctrica no es una energía del todo limpia, según recuerdan desde Ecologistas en Acción: un 50% de ella procede de combustibles fósiles (centrales térmicas de carbón y de gas), el otro 25% de la misma se origina en centrales nucleares, y para rematar, representa una fuente de emisión de CO2, gas principal responsable del fenómeno de cambio climático.
Sin embargo si hay alternativas, pero su mercado a día de hoy resulta demasiado pequeño junto a las grandes empresas eléctricas, que conforman en el caso de España forman lobbies empresariales casi impenetrables a los que plantar cara mediante la energía limpia (eólica, hidráulica, solar) es prácticamente imposible. No solo por la gran presencia de las grandes empresas eléctricas, sino por sus continuos intentos de boicot a lo renovable y las presiones gubernamentales que ejercen a los gobiernos para no perder su hegemonía.
El sector de la energía renovable está desamparado gubernamentalmente hablando. José María González Vélez, presidente de la Asociación de productores de energías renovables afirma en El Economista que “el frenazo del sector en 2009 ha supuesto la pérdida de más de 20.000 empleos, y que empresas que han sido líderes en el desarrollo industrial eólico y fotovoltaico estén con regulaciones de empleo y algún otro problema. La razón es la continua incertidumbre de la no política del Ejecutivo, aunque sus mensajes públicos parezcan decir lo contrario”. El discurso político siempre es favorable a las renovables, pero lo cierto es que gran parte de los altos cargos acaban de consejeros en las grandes energéticas, sin importar su color político. Por lo que pensar que ambas partes están interesadas en el mantenimiento de un sistema basado en la energía no renovable no es nada descabellado.
Sin embargo, no se trata de no usar energía eléctrica –a éstas alturas, algo imposible- sino de hacerlo de forma comprometida y consciente. Apostar por las energías renovables siempre que se pueda y trabajar para concienciar y concienciarse de que hay que ir hacia la promoción de las mismas, apagar los aparatos eléctricos totalmente mientras no se usen, aprovechar los últimos minutos de calor de la vitrocerámica con el fuego apagado. Son muchos los gestos que pueden ayudar a un ahorro sustancial no solo de dinero, sino de bienestar para el planeta donde al fin y al cabo, tenemos que vivir.
Todo ello sin olvidar, que 1.500 millones de personas viven sin electricidad en países en vías en desarrollo – según el investigador en tecnologías emergentes para el Desarrollo Internacional, David J. Grimshaw- mientras occidente hace de este bien un negocio y un derroche. No es justo cuando se trata de una energía capaz de cambiar la vida de comunidades enteras a mejor, y que puede producirse a escala mundial de forma limpia y sencilla a través de un recurso tan duradero como es el sol o el viento.
El petróleo es quizás el ejemplo más claro de una energía infinita en la que las expectativas siguen siendo demasiado altas para un bien que es finito e irregenerable. Actualmente se consumen alrededor de 84 millones de barriles de petróleo diarios en todo el mundo según Luis Miguel Ariza (El País), y por supuesto occidente es el área de mayor demanda. El petróleo es un producto obviamente necesario para el modo de vida que hemos diseñado, pero nuevamente no es oro todo lo que reluce.
En los tiempos de crisis que atravesamos, los precios del petróleo no bajan sino que aumentan, sin ajustarse a las leyes económicas más básicas de oferta y demanda, ¿a qué se debe tal fenómeno? El fundador de Fair Fuel UK, Peter Carrol, afirmó a la BBC que “las reservas son las mismas y la economía está desacelerándose. La única razón que justifica este aumento es la actividad de especuladores del sector financiero”. Dicho de otra manera, cuando todavía quedan potentes reservas de petróleo en el mundo –aunque no se sabe por cuánto tiempo- la OPEP es capaz de hacer aumentar los precios de forma artificial simplemente “cortando el grifo”. Por otra parte, el país que posee crudo bajo sus suelos tampoco tiene garantizado un futuro prometedor. Véase el caso de Arabia Saudi, con las reservas de crudo más grandes encontradas por el hombre bajo sus pies, y más de un 60% de su población viviendo bajo el umbral de la pobreza.
Por no hablar del impacto medioambiental nefasto que provoca la mala praxis de las principales petroleras. En el caso de la región amazónica, por ejemplo, desde inicios de la década de los setenta, las empresas hidrocarfuríferas han extraído miles de millones de barriles de petróleo. En este proceso, millones de metros cúbicos de petróleo y desechos tóxicos han sido eliminados directamente al medio ambiente, provocando la contaminación de la mayoría de los ríos del Oriente, de los terrenos fértiles y de la atmósfera. Las empresas entran en zonas que comunidades indígenas tienen legalmente asignadas y actúan con total impunidad contaminando, implicando a los pobladores en sus actividades en las peores condiciones laborales , proponiendo desventajosos negocios por el uso de la tierra, y sin respetar lo más mínimo las culturas y formas de vida de los pobladores.
La paradoja y la contradicción rodean a la industria petrolera de principio a fin. Quizás no son éstas malas excusas para plantearse una rebaja del consumo de derivados del petróleo: actos como comprar menos plásticos y reciclar sin excusas los que usemos, rechazar la bolsa del súper, coger el coche lo justo y necesario, o apostar por el transporte público pueden provocar, si se hacen de forma generalizada, que la industria replantee sus estrategias. Al fin y al cabo, en nuestras manos está demostrar como consumidores que siempre hay alternativas.
El gas natural es otro buen ejemplo de explotación de los recursos finitos de la Tierra. Al igual que el petróleo, es una energía no renovable, que se formó en el subsuelo terrestre a través de la descomposición de microorganismos animales, vegetales y minerales a través de millones de años. No se puede saber cuánto queda, pero lo que si se sabe es que es un negocio redondo para unos pocos.
En materia gasística, España es un país absolutamente dependiente, nuestra producción nacional es mínima. El mayor número de reservas se encuentra en la zona de Oriente Medio, territorios de la antigua Unión Soviética -especialmente en Siberia- y Norteamérica, según Repsol. Las reservas hasta ahora descubiertas suponen 146 billones de metros cúbicos del material, y según datos del informe ‘El gas natural. El recorrido de la energía’, esto permitiría cubrir la demanda existente hasta alrededor de unos sesenta años. No obstante parece que se perfila como el recurso que sustituirá al petróleo, que se estima terminará antes, y por ello en la actualidad hay otra especie de fiebre del oro en torno al gas. Esto puede durar hasta 60 años, quizás unos pocos más. Y luego, ¿qué?
De nuevo nos encontramos ante el conflicto ético de que occidente se beneficia de un muy alto porcentaje del gas natural comercializado en el mundo, proviniendo el recurso en cuestión de países en vías de desarrollo en la mayoría de los casos. Se acabó aquella idea de que quien poseía recursos energéticos bajo sus pies se enriquecía. Los pueblos de los países exportadores no han visto que la aparición de yacimientos de gas en sus territorios repercuta en mejoras en su calidad de vida, en la lucha contra la pobreza, o en desarrollo. Simplemente los pocos que controlan el mercado se han vuelto desmesuradamente más ricos.
La otra terrible cara de la moneda son los conflictos que la explotación de recursos como el gas natural o el petróleo pueden generar, según el informe de Michael T. Klare ‘La geopolítica del gas natural’, “las reivindicaciones sobre la propiedad de campos de gas y petrolíferos han generado fricciones, e incluso a menudo conflictos armados”. Lo hemos visto, oído y sospechado en casos como los conflictos del Golfo Pérsico, la intervención estadounidense en Iraq, o en territorios marítimos como el mar del Sur de China, el mar del Sureste chino o el Estrecho de Corea.
Al respecto de la energía, el ciudadano tiene mucho que decir. Tendemos a ver los asuntos relativos al tema energético como un mundo lejano y casi desconocido en el que nuestra opinión no cuenta, pero lo cierto es que como usuarios tenemos grandes armas para emplear: nuestro consumo es la primera de ellas.
Que la energía sea cada vez más limpia, es algo que debemos reivindicar todos y cada uno de nosotros. Aunque no sea fácil salir del circuito montado por los lobbies energéticos, sí podemos decidir hacer un uso más consciente y responsable de lo que se consume en nuestro hogar, sí podemos elegir la ecología como forma de consumo energético, y la concienciación ciudadana como modo de acción.
Conocer e informarse es el principio de todo: la ética que le falta a las energías finitas puede ser una presente en las energías renovables, por las que debemos apostar para que llegue el día en que nadie sea dueño de los recursos de la Tierra, que son de todos y para todos, y que no deberían ser propiedad privada ni objeto de lucro de nadie: ni la electricidad, ni el petróleo, ni el gas ni ninguna otra.
Alba Sánchez Serradilla es Licenciada en Periodismo y estudiante de Máster en Comunicación Social. Implicada en diferentes ONG desde los diecinueve años a través de programas de voluntariado o como profesional, ha hecho de la comunicación al desarrollo su especialidad periodística a raíz de sus varias inquietudes solidarias.