Mercado de Abastos de Chiang Mai, Tailandia.
FOTO © Ángel López Soto
Es difícil pararse a pensar de dónde viene cada cosa que compramos, a dónde va el dinero que pagamos por ella, y como funciona su cadena productiva. Puede que si conociésemos la mala praxis de algunas de las marcas más respetadas del mercado, nos pensásemos dos veces si consumir sus productos, por no convertirnos en cómplices de lo que, a veces, resulta un entramado injusto y trágico para otras personas. Las industrias están llenas de abusos que sólo desde el Comercio Justo se puede corregir. Hoy empezamos esta serie con el sector de la alimentación.
LA OTRA CARA DEL CONSUMO (I)
Por Alba Sánchez para GEA PHOTOWORDS
El mercado de la alimentación está rodeado de tal controversia que afecta a las producción y venta de sus productos más básicos y consumidos mundialmente. El café es una muestra de lo que algunas marcas son capaces de hacer por enriquecerse. Siendo éste el segundo producto de consumo básico de mayor comercialización mundial, y produciéndose casi en su totalidad en países en vías de desarrollo, su precio se fija en las bolsas de Nueva York y Londres. Solo en España se consumen cada año 200 millones de kilos de café. A nivel mundial, más de 1.600 millones de kilos diarios. El negocio en este mercado está asegurado.
Según datos de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo, cada año la comercialización de café produce 52.000 millones de euros, de los que solo el 10% llega a los productores agricultores, que en la mayoría de los casos no cobran más de dos euros al día. A pesar de estos datos, empresas multinacionales como la famosa Nestlé, líder del sector, afirman que su presencia aporta beneficios a estos países. En su informe “las caras del café”, la Coordinadora afirma que “Nestlé produce actualmente alrededor del 55% de su café soluble en países en vías de desarrollo, a pesar de que los aranceles aduaneros de los países industrializados son cada vez más altos”. Dicho así, parece que hicieran un servicio a la comunidad, aunque tal servicio sale muy rentable ya que la empresa ha facturado en su último ejercicio 56.000 millones de euros según su último informe de cuentas.
El pago de aranceles no llega a los agricultores, sino al gobierno del país en cuestión, que en demasiadas ocasiones es el mismo que permite que haya niños trabajando en las plantaciones, salarios y derechos laborales paupérrimos y una legislación de protección medioambiental irrisoria o inexistente. Nestlé y otras tantas empresas del sector alimenticio siguen aprovechándose así de la posibilidad de tener mano de obra barata. No contentos con ello, juegan con la posibilidad de abandonar el país y cerrar sus fábricas sin más si en algún momento encontraran otro lugar más rentable. De hecho las denuncias por cierres o despidos masivos e injustificados son una constante en el expediente de la primera empresa mundial del sector.
Es similar el caso del cacao, otro producto con altas cifras de consumo global, y que se produce casi en su totalidad en las zonas tropicales de una treintena de países del Sur, aunque su posterior procesamiento se realiza en países industrializados. Según Fairtrade España, el 90% de la producción mundial de cacao se desarrolla en plantaciones de menos de cinco hectáreas, en explotaciones familiares, y bajo las draconianas condiciones impuestas por los intermediarios que se aprovechan de que los agricultores no son conscientes del valor de mercado del producto que cultivan, y les pagan precios irrisorios por un producto que resulta muy rentable.
El carácter a menudo familiar de las plantaciones, y los pocos beneficios que llegan al agricultor hacen que el trabajo infantil sea una constante en los campos de cultivo del cacao, donde los menores se ven en la obligación de contribuir a la economía familiar desde edades muy tempranas. Pero no es éste el peor de los casos. La esclavitud es otra sombra que planea en torno a la producción mundial de cacao, café o té. Según Unicef, 60 millones de niños de países africanos del sur del Sahara son obligados a trabajar en la agricultura y son vendidos a tal efecto.
África es el continente del cual procede el 70% de la producción mundial de cacao, aunque la mayor parte se consume en occidente. El árbol del cacao ni siquiera es autóctono de la zona, sino que viene de Sudamérica. El documental de la BBC Bitter Sweet aporta datos tan reveladores como que el precio que reciben los agricultores del cacao no ha variado en los últimos 40 años. En la otra parte, las cifras del mercado internacional que dejan en evidencia que el precio de venta ha ascendido hasta un 300% en diez años.
El producto de consumo básico más importante del mundo, el arroz, también tiene problemas en cuanto a la cuestionabilidad de algunos de sus productores. Estados Unidos o Japón son países productores cuyas explotaciones gozan de enorme subvenciones por parte de sus Estados. De esta forma crean una cantidad ingente de excedente que se exporta a todo el mundo, y que por sus bajos precios supone una fuerte y desleal competencia para los pequeños agricultores locales del sector.
En Estados Unidos, es tal la inversión estatal, que el Estado mantiene a la USA Rice Federation(Federación Estadounidense del Arroz), que da cobertura a las necesidades económicas del 80% de la superficie arrocera del país, según explica Mathew Clement en su informe “El imperialismo del arroz: la amenaza de la agroindustria a la producción arrocera del Tercer Mundo”.
Además, este poderío económico les da fuerza para incluso patentar híbridos parecidos a variedades de arroz que se cultivan en otras zonas del mundo, como el basmati. Este tipo de arroz cultivado tradicionalmente en la India se convirtió en el preferido de los estadounidenses, y la empresa RiceTec se encargó de mantener este mercado bajo control nacional mediante ese sistema de producción de sucedáneos con el consiguiente daño al mercado tradicional.
Las naciones más pobres se endeudan para sacar adelante las explotaciones arroceras hasta verse obligadas a exportar incluso el arroz que sería destinado a su consumo interno. Este es el caso de India, que a pesar de ser uno de los grandes productores mundiales, tiene a parte de su población muerta de hambre.
La información y el consumo responsable son las claves para terminar entre todos con estas injusticias y tantas otras. La dignidad de millones de trabajadores y la de millones de consumidores está en juego desde el momento en que los segundos ignoran la situación de los primeros y participan a ciegas en el juego de la economía de mercado más agresiva e insolidaria.
Los Derechos Humanos, los Derechos del Niño y la de Mujer, y los Laborales, entre otros, se ven cuestionados en las fábricas, en las plantaciones, en las canteras de minerales, mientras occidente mira a otro lado. Pero la única verdad es que todos somos responsables de cambiar las cosas y de consumir bajo preceptos diferentes a los que han servido hasta ahora.
No son pocos los supermercados y grandes superficies que incluyen productos de Comercio Justoentre su oferta. Su precio es solo ligeramente más elevado que el del producto de oferta y producción cuestionable, y esa diferencia económica que no es muy significativa para nosotros, es un cambio sustancial para comunidades enteras de los países productores. Y no es una ayuda ni una limosna, es de justicia que se les pague lo que corresponde a su trabajo, en proporción a los beneficios que su producto genera, es una cuestión de solidaridad pero también de cambio social y de conciencia global.
Alba Sánchez Serradilla es Licenciada en Periodismo y estudiante de Máster en Comunicación Social. Implicada en diferentes ONG desde los diecinueve años a través de programas de voluntariado o como profesional, ha hecho de la comunicación al desarrollo su especialidad periodística a raíz de sus varias inquietudes solidarias.