Calle de Morella.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
LA CIMA DE LOS TRES REYES
Aunque pertenecen a comunidades distintas, las comarcas de Morella, Matarraña y Terra Alta han sabido sacar provecho a su cercanía geográfica y sus numerosas semejanzas para dar forma a un proyecto que apuesta por la riqueza de sus enclaves naturales, el patrimonio y la gastronomía como principales bazas.
Por Javier García Blanco
Cuenta una antigua leyenda que en tiempos de moros y cristianos, tres monarcas –dos infieles y el otro temeroso de Cristo– se reunían a menudo en lo alto de una cima desde la que divisaban sus respectivos dominios. En esta montaña, conocida hoy como el Tossal dels Tres Reis (La cima de los Tres Reyes) podían reunirse para parlamentar sin salir de sus reinos, pues se encontraba justo en la unión de los mismos, así que terminó por convertirse en un símbolo de concordia.
Aunque la leyenda no es más que eso, y de hecho existen otras historias similares en la península, es aquí, en la confluencia de las provincias de Teruel, Castellón y Tarragona, el único lugar en el que sus vecinos pueden presumir de haber convertido el mito en realidad. Y no solo porque cada mes de octubre asciendan a lo alto del tossal para reunirse, sino porque responsables turísticos y empresarios de tres comarcas, pertenecientes a tres comunidades autónomas diferentes han unido fuerzas para sacar adelante un proyecto común que de a conocer las riquezas de estos territorios. Y es que por más que se empeñen políticos y mapas, las fronteras son a menudo difusas, y como sucede en el caso de Matarraña (Teruel), Morella (Castellón) y Terra Alta (Tarragona), es mucho más lo que une que lo que separa.
MORELLA, DIGNA DE REYES
Decía Jaime I el Conquistador, allá por el siglo XIII, que Morella era un enclave digno de reyes, y lo cierto es que es difícil llevarle la contraria. Capital de la comarca, Morella ha vivido siempre bajo la atenta mirada de su poderoso castillo, erigido en época musulmana a una altura de más de mil metros. Su imponente silueta destaca desde la lejanía, e impresiona aún más cuando ascendemos hasta él. Este poderoso bastión de piedra tuvo uso militar hasta comienzos del siglo XX, y en épocas pasadas protagonizó señalados hechos históricos, desde la visita de ilustres personajes como el rey Jaime I o El Cid, hasta decisivas batallas de las Guerras Carlistas, con el general Cabrera como figura destacada, a quien se recuerda hoy con una estatua.
A los pies del castillo, medio encajado en la roca, se conservan también los restos del antaño hermosísimo convento de San Francisco, del que hoy apenas podemos disfrutar parte del claustro y una sobria iglesia. Muy cerca de allí, a solo unos metros, encontramos la basílica de Santa María la Mayor, un bellísimo templo gótico declarado Patrimonio de la Humanidad, en cuya fachada destacan dos hermosas puertas. Sin embargo, las mayores sorpresas aguardan en el interior. La primera de ellas salta rápidamente a la vista: se trata de un impresionante coro elevado al que se accede mediante una escalera de caracol decorada con relieves policromados, y que constituye la otra joya importante de este bello templo, que por riqueza artística y dimensiones bien podría considerarse una pequeña catedral.
Más reliquias del pasado, en este caso muy remoto, aguardan en el interior de la antigua iglesia de Sant Miquel, donde se ubica el Museo Temps de Dinosaures, refugio de fósiles y restos de estos gigantescos habitantes del pasado de nuestro planeta. Otro museo que merece una visita es el del Sexenni, la fiesta más importante de Morella, que se celebra como su nombre indica cada seis años, en el mes de agosto, y en la que cada día un gremio de la localidad realiza su danza por las calles decoradas con vistosos colores.
Pero no todo es historia y patrimonio. Sus preciosas calles están bien surtidas de establecimientos con los productos artesanos de la población: miel, postres, mantas morellanas –vistosas por sus vivos colores– y quesos como los de El pastor de Morella, cuyos productos han traspasado fronteras y se venden en algunos de los establecimientos más exclusivos. Y es que Morella tampoco decepciona a los amantes del buen llantar. Pese a tener poco más de dos mil habitantes, la población posee más de una veintena de locales en los que degustar tanto los platos más típicos como las creaciones culinarias más vanguardistas. En todo caso, el visitante no puede irse sin probar los platos aderezados con la apreciada trufa local, las croquetas morellanas o, si es temporada, los ricos robellones y setas. Para quemar los excesos, nada mejor que un buen paseo por los dos kilómetros de murallas que rodean a la localidad o, si se viaja con niños o apetece algo diferente, una vista al parque de aventura Saltapins, en las afueras de la localidad.
Sala de dinosaurios. Inhóspitak, Peñarroya de Tastavins
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
MATARRAÑA, LA OTRA´ TOSCANA
Si Morella consigue enamorar fácilmente al visitante, otro tanto sucede con la vecina comarca del Matarraña, un pequeño rincón de Teruel que desborda encanto por los cuatro costados. Compuesta por dieciocho municipios en los que conviven apenas nueve mil habitantes, esta acogedora comarca cuenta con hermosos paisajes de pequeñas cimas y sinuosas corrientes de agua –como las del Matarraña, río que da nombre a la zona–, además de un apasionante pasado y un rico patrimonio. Todo ello le ha valido para recibir a menudo el apelativo de “Toscana española”.
Una comparación que, como el visitante descubre enseguida, no es para nada exagerada, pues el Matarraña tiene razones de sobra para presumir. En Peñarroya de Tastavins –una de las primeras localidades que nos encontramos al llegar desde Castellón–, es la prehistoria la que tiene nombre propio: Inhospitak. Así se llama la sede de Dinópolis que hay en la población, y en la que podemos contemplar fósiles de hace 100 millones de años y la réplica de un Tastavinsaurus, un imponente saurio de diecisiete metros de altura. Saciada la curiosidad científica, toca una visita a la que quizá sea la mayor joya del pueblo, ubicada fuera del casco urbano: se trata de la ermita de la Virgen de la Fuente, un edificio medieval que conserva una delicada y bellísima techumbre mudéjar, uno de los mejores ejemplos de este estilo en todo Aragón.
En la comarca también abundan los yacimientos arqueológicos íberos, con restos tan espectaculares como los de los poblados de San Antonio o Tossal Redó, ambos cerca de Calaceite, localidad en la que se encuentra el Museo Juan Cabré, donde se repasa la vida de este historiador calaceitano. Calaceite no solo es capital cultural del Matarraña, sino que además puede presumir de ser “uno de los pueblos más bonitos de España”, una denominación que comparte, por cierto, con Morella y con Valderrobres, nuestra próxima etapa del camino.
Basta contemplar la estampa de Valderrobres desde el puente de San Roque para comprobar que, en efecto, la localidad bien merece el piropo. Entre sus joyas destacan el magnífico castillo-palacio, la iglesia gótica de Santa María la Mayor, o la soberbia casa consistorial, con características que se repiten en otros ayuntamientos de la comarca. Las plazas porticadas y las antiguas cárceles son también elementos que encontramos en otros pueblos del Matarraña, como en Ráfales, La Fresneda o Beceite.
Esta última población fue también escenario de las Guerras Carlistas, aunque hoy sobresale por motivos bien distintos. Además de un notable patrimonio, Beceite –o Beseit, su nombre en el dialecto catalán que se habla en toda la comarca– cuenta con un envidiable entorno natural. No en vano está ubicada a los pies de los Puertos (els Ports) que llevan su nombre, de gran bellez paisajística. Uno de los parajes más hermosos es El Parrizal, una ruta de espectaculares gargantas horadadas por las aguas del Matarraña que puede disfrutarse paseando por un sendero de unos seis kilómetros.
Quienes prefieran las maravillas de la buena mesa a las paisajísticas tampoco tendrán queja. Ya sea con platos tradicionales –como los que preparan los restaurantes adheridos a la iniciativa Matarranya a la cassola (Matarraña a la cazuela)– o con apuestas más modernas, los restauradores de la comarca hacen un fantástico uso de los productos de la tierra, como el aceite de oliva, los robellones, el ternasco o, como no, el sabroso jamón de Teruel.
ENTRE EL ARTE Y LOS ECOS DE LA GUERRA
Ya en tierras de Cataluña, una buena forma de descubrir algunos de los rincones más bellos de la comarca de la Terra Alta, al este del Matarraña, es recorrer parte de la Vía Verde, un trazado de algo más de veinte kilómetros que sigue una antigua vía del tren en desuso desde los años 70. El trazado une la antigua estación de Arnes-Lledó con la de Prat de Comte, y está habilitado para ser recorrido en bicicleta, a pie o a caballo, e incluso cuenta con un tramo adaptado para personas con problemas de movilidad.
Si se opta por la bici, son varias las empresas que las alquilan, además de ofrecer la posibilidad de recogernos si preferimos regresar sin pedalear a nuestro alojamiento. Si por el contrario somos unos expertos en el mundo de las dos ruedas, la comarca cuenta con una amplia red ciclista de 270 kilómetros. Otras alternativas para disfrutar de la naturaleza incluyen rutas de senderismo por Els Ports, con paisajes tan espectaculares como los que ofrecen los Roques de Benet, una singular formación montañosa de 1.007 metros de altura.
Quienes busquen conocer y degustar los productos de la tierra tampoco tendrán quejas. La Terra Alta cuenta con excelentes bodegas que producen exquisitos caldos con denominación de origen, al igual que los dorados aceites que se elaboran en toda la comarca. Para regalar a nuestros paladares con una cata de vinos es buena idea dirigirse al Celler Cooperatiu de Gandesa, donde además de probar las distintas variedades de blancos, podremos conocer los secretos de esta bodega, un singular edificio modernista diseñado por César Martinell, discípulo de Gaudí.
En Horta de Sant Joan, además de pasear por sus hermosas calles y su plaza mayor, podemos acudir al Centro Picasso, donde se exponen algunas obras del artista malagueño, quien residió en la localidad durante varios meses. La huella que la población dejó en el pintor fue muy profunda, pues llegó a decir: “Todo lo que sé lo he aprendido en Horta”. Ahí es nada.
Una última etapa que no puede faltar en la visita se encuentra en Corbera d’Ebre. Esta localidad fue uno de los enclaves más castigados durante la Batalla del Ebro en la Guerra Civil, episodio dramático que hoy se recuerda en el Centro de Interpretación 115 días, donde se exponen abundantes materiales de la época y audiovisuales que explican al detalle lo ocurrido. En la misma localidad es posible visitar también las desoladoras ruinas del Poble Vell, o pueblo viejo, que permanece en pie como estremecedor testimonio del horror que asoló aquellas tierras.