Entrenamiento del deporte tradicional Zurkhane.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
Isfahan es una de las ciudades más bellas y sorprendentes de Oriente. Los iraníes la llaman `La mitad del mundo´. Centro cultural y estratégico desde hace 4000 años, es el mejor ejemplo de la refinada cultura persa con exquisitas mezquitas, extravagantes palacios y esplendidas plazas. Junto con Xian, Kashgar, Samarkanda, Palmira, Aleppo y Estambul, forman las siete ciudades míticas de la Ruta de la Seda. Y sus gentes, pese a lo que digan los medios sobre Irán, son de lo más maravilloso que uno puede encontrar en el mundo.
ISFAHAN – La mitad del mundo
Por Gerardo Olivares, miembro de GEA PHOTOWORDS
Primeros de Agosto. El termómetro marca 56ºC y no es una broma. Hace tanto calor que viajamos con las ventanillas del camión cerradas y la calefacción puesta y esto tampoco es broma, tiene su explicación: el calor que desprende la calefacción es menos caliente que el aire del exterior y algo alivia. Los cuatro que viajamos en él, permanecemos quietos como estatuas. Alguien leyó en un libro de supervivencia que en estos casos lo que hay que hacer es “la piedra” y en ello estamos.
Acabamos de entrar en Irán procedentes de Turquía y nos dirigimos hacia el sur, a la ciudad de Isfahán por una magnífica autopista construida en los tiempos del Sha. En la ciudad de Meimeh hacemos un alto para repostar gasolina. Llenar el depósito de 500 litros nos cuesta 15 € al cambio. Unos kilómetros antes de entrar en Isfahán, el sol está a punto de ocultarse. Como tenemos la gran suerte de viajar en nuestro hotel de un millón de estrellas, el de los cielos de Oriente, decidimos apartarnos de la carretera y adentrarnos en el desierto a acampar. Nunca es buena idea conducir de noche por una ciudad desconocida.
He de decir que aquella primera noche en tierras de Irán estaba bastante intranquilo. Y también tengo que admitir que cuando me encontraba en España diseñando la ruta por Asia, Irán era un país que me daba cierta desconfianza atravesar. Las noticias que aparecían en los medios de comunicación no eran muy alentadoras. Pero aquella noche, mientras preparábamos la cena, ocurrió algo que tiraría por tierra todos mis miedos y prejuicios, y nos iban a descubrir el verdadero carácter de sus gentes. ¡Cómo un simple gesto puede hacer cambiar la percepción que uno tiene de un país! En pocos lugares del mundo encontrarán un pueblo tan cariñoso y hospitalario como el persa.
Era noche cerrada cuando percibimos en la lejanía las luces de un vehículo acercándose hacia donde acampábamos. En ese instante se destapó el tarro de las conjeturas; que sí traficantes de drogas; que sí bandidos que venían a por nuestro camión; que sí fundamentalistas radicales armados hasta los dientes, etc. Y lo que surgió de la oscuridad no era más que un humilde campesino de sonrisa cálida en su viejo ciclomotor, cargado con un cubo lleno de uvas que dejó en el suelo. Le invitamos a que se sentara a cenar con nosotros pero no quería molestar y tal como llegó, se marchó.
A la mañana siguiente, con las primeras luces del alba, aquel buen hombre regresó a por su cubo y también para dejarnos una docena de huevos frescos. Nadie lo escuchó llegar y nunca más supimos de él. Aquello fue una verdadera lección de tolerancia y hospitalidad. Los que vivimos en el lado fácil del mundo tenemos muchas cosas que aprender de los que viven al otro lado.
Mezquita del Imam, Isfahan.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
A media mañana de un soleado y caluroso día de agosto entramos en Isfahán, una de las ciudades más bellas y sorprendentes de Oriente, que junto con Xian, Kashgar, Samarkanda, Palmira, Aleppo y Estambul, forman las siete ciudades míticas de la Ruta de la Seda. Centro cultural y estratégico desde hace 4000 años, Isfahan es el mejor ejemplo de la refinada cultura persa con exquisitas mezquitas, extravagantes palacios y esplendidas plazas.
La más fabulosa de todas es la plaza de Maidam e Naghsh e Jahan, o plaza de los Retratos del Mundo. Es el centro neurálgico de la ciudad y con sus 512 m de largo por 159 m de ancho, presume de ser una de las plazas más grandes del mundo. En su extremo oriental se alza la mezquita de Masjed e Emam, el más refinado y glorioso ejemplo de la arquitectura de la dinastía Safavid, que bajo su reinado logró que Isfahán se convirtiera en una de las ciudades más importantes del mundo.
La puerta principal de la mezquita tiene 27 metros de altura y el arquitecto tuvo que girarla 45 grados con respecto al resto del edificio, orientado hacia la Meca, para poder acceder desde la plaza sin alterar las proporciones de la misma. A la derecha de la gran Mezquita se encuentra Sheik Lotf Alah, la mezquita de las mujeres y justo enfrente, el palacio de Ali Qapu, en cuya magnífica terraza gustaba sentarse a los reyes para contemplar los partidos de Polo.
Patio interior de Jameh Masjid.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
Por una de las esquinas de la plaza se entra al Gran Bazar que es probablemente, junto con el de Aleppo en Siria, el mejor lugar de Oriente en el que todavía es posible apreciar la atmósfera de lo que antaño fueron los bazares y mercados de la Ruta de la Seda. Construido en el siglo XVII, es uno de los más antiguos del Medio Oriente y sus dos kilómetros de galerías conectan la ciudad antigua con la moderna. En el interior de los viejos caravanserais, los artesanos cuidan y arreglan unas alfombras que se han ganado la merecida reputación de ser las mejores y más bellas del mundo.
Estos edificios rectangulares, convertidos en talleres artesanales, fueron en un tiempo las posadas de los mercaderes nómadas. Aquí encontraban cobijo y protección para ellos y para sus camellos tras largas y agotadoras jornadas de viaje. Cada estancia es el taller de un artesano y en cada caravanserái podemos encontrar un gremio diferente; zapateros y carpinteros; estampadores y latoneros; plateros y ceramistas. Este pequeño universo de artesanos y de mercaderes es una joya más de una ciudad que merece la pena visitar, porque Isfahan, como dice un proverbio persa, es “la mitad del mundo”.