Jugadoras del Atlético de Madrid durante un entrenamiento.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
Ocho mil fans bullen en la grada. Ondean banderas, agitan bufandas y levantan carteles con la idolatría escrita a rotulador. A pocos metros, sobre el césped, está su porqué: camisetas rojiblancas trotan alrededor del campo: están entrenando, ni siquiera es un partido, y aun así generan una pasión desmedida. Indiferentes al bullicio, realizan ejercicios con la pelota. La televisión de una cafetería recoge la estampa en el informativo de las ocho de la tarde. Afuera, en el campo de enfrente, tiene lugar la misma escena: los mismos colores en la camiseta, el mismo escudo, las mismas botas de tacos, el mismo trote indiferente, los mismos ejercicios con la pelota. La única diferencia –la única- es que afuera no hay jugadores, hay jugadoras. Por eso, en lugar de los ocho mil enfervorecidos hinchas de la tele, no hay nadie. Cero personas siguen el entrenamiento del equipo profesional femenino del Atlético de Madrid por los ocho mil del equipo masculino. Ocho mil frente a cero, la comparativa que lo resume todo. Reportaje de Nacho Carretero y Ángel López Soto publicado en Yo Dona, suplemento de fin de semana del diario El Mundo.
Por Nacho Carretero
Atardece en la ciudad deportiva del Atlético de Madrid, en el Cerro del Espino. Priscila ha llegado a entrenar y espera con las manos en los bolsillos en la puerta de los vestuarios, jugueteando perezosa con una lata del suelo. Hasta que acaben los cadetes de ducharse no puede entrar. En realidad no puede entrar en ningún vestuario hasta que se haya ido el último chico. “A veces alguno que viene por aquí nos ve con la camiseta del Atleti y nos pregunta, ¿a qué jugáis? Al fútbol, le decimos. ¿Al fútbol? Se extrañan. Estamos en el siglo XXI pero se extrañan”. Priscila Borja , sevillana, lleva los casi 28 años de su vida peregrinando por ciudades de España, de club en club, pero también de instituto en instituto, de universidad en universidad. Desde hace cuatro temporadas juega en el Atlético de Madrid y, como a todas las jugadoras profesionales de España, su sueldo como futbolista no le llega para vivir. Eso a pesar de ser internacional absoluta. “¿Que cuánto ganamos comparado con el equipo masculino? No tiene ni sentido hacer esa comparación”.
Efectivamente, no lo tiene. Pongamos como su altergo masculino al centrocampista del Atlético de Madrid, Raúl García. Percibe alrededor un millón y medio de euros anuales; Priscila, 12.000. Raúl llega a la ciudad deportiva en un coche de alta gama a las diez de la mañana, entrena dos horas y después regresa a casa. Tiene la tarde libre. Si acaso algún acto publicitario. El fin de semana, si el partido es fuera de casa, viaja en vuelo chárter. Su rostro, sin ser una estrella, ocupa páginas de periódicos, noticias de internet y fotos de aficionados. Priscila se levanta a las ocho de la mañana para ponerse a estudiar (Grado de Educación Física), a media mañana va al colegio, donde trabaja en actividades extraescolares, después regresa a su piso de alquiler en Carabanchel –que comparte con una compañera de equipo- y hace la comida. Por la tarde regresa al trabajo para, a las siete, coger el coche y conducir hasta el Cerro del Espino, en el otro extremo de Madrid. Entrena de ocho a diez y a las once de la noche llega a casa para hacer la cena. Después se acuesta. La rutina de Alexia Putellas, jugadora de 19 años del FC Barcelona, es parecida. “Vivo con mis padres, aunque el año que viene compartiré piso con dos compañeras”. Alexia, como el resto de sus compañeras del Barça, es actual campeona de Liga y una de las estrellas indiscutibles del fútbol femenino español. “Ni me paro a pensar en compararme con los hombres (el FC Barcelona masculino también ganó la Liga esta temporada). Es otro mundo que queda muy lejos y, si soy sincera, tampoco me interesa. Me siento muy afortunada porque tengo casa y familia. Y no necesito más”, expresa. “Cualquier chica que continúe dedicada al fútbol más allá de la adolescencia es porque le apasiona. Porque no puede dejarlo. Si no, no tiene sentido”, dice Priscila. “Es deporte en estado puro. Estamos aquí por amor al juego. Sólo eso”.
“Superliga”
Hasta hace no muchos años la competición femenina se llamaba ‘Superliga’. La Real Federación Española de Fútbol (RFEF) quiso ampliar la participación invitando a clubes de Primera División masculina, pero sólo dos acabaron accediendo. Finalmente se recuperó el formato original y se instauró el definitivo nombre de Primera División Femenina, disputada por 16 equipos. Ninguna de las jugadoras goza de estatus profesional. Entrenan, compiten, viajan y se lesionan, pero necesitan otro trabajo para vivir. “Me da mucha rabia, me enfada mucho, el pensar que una chica española, si quiere ser futbolista profesional, tiene que irse de su país”. Lo dice Vero Boquete, nacida en Santiago de Compostela hace 25 años y considerada una de las mejores jugadoras de fútbol del mundo. Gracias a una beca, fue a jugar a un equipo de EEUU y su fenomenal rendimiento le hizo fichar por los Chicago Red Stars. Salario, entrenamiento, vuelos chárter, aficionados. Vero vivió lo que es ser profesional después de años luchando en España. “De pequeña recuerdo que me iba sin duchar de los partidos para no esperar a que acabasen todos los chicos”. Hoy sigue viviendo de su pasión en Suecia, donde defiende los colores del Tyresö FF. “Lo que ocurre en España es una cuestión de machismo. No es casualidad que los países con sociedades más abiertas, como el norte de Europa, tengan liga femenina profesional y en los del sur, como España, el fútbol femenino esté marginado mientras la liga masculina, dicen, es la mejor del mundo”. Alexia coincide: “El fútbol es, en parte, un reflejo de los valores que hay en este país”. Y Priscila añade: “España también va por detrás en esto. La FIFA le da cada año a la Federación de Fútbol un millón de euros para el fútbol femenino. ¿Dónde está ese dinero?”. La queja es unánime. Y clara: “¿Por qué yo no puedo ser profesional y un chico con mis mismas condiciones sí?”. La pregunta, razonable, explica que muchas chicas se queden por el camino. “Yo me he preguntado muchas veces –dice Vero- si esto merecía la pena. Muchas chicas se responden que no, porque tienen que trabajar o estudiar, y lo dejan. Se pierden muchísimas jugadoras porque no tenemos apoyo”. Alexia es un buen ejemplo: “Si algún día me quiero sentir futbolista profesional tendría que irme fuera. Es lo que hay: si quieres crecer, te tienes que largar”.
“La única diferencia es la fuerza”
Dani Limones entrena desde el pasado año al Rayo Vallecano Femenino, club histórico de la competición, con tres títulos en su haber. “La única diferencia entre las jugadoras y los chicos es la fuerza. En lo que a calidad se refiere tengo a jugadoras que podrían estar en Primera División”, explica Dani. Natalia Pablos, 27 años, es una de ellas. Colecciona goles desde que compite en Primera División. “Para mí es la mejor jugadora de España”. Y la mejor jugadora de España tampoco vive del fútbol. “Ni me planteo cómo serían las cosas si fuera profesional”, dice. “Sólo puedo pensar en mi futuro y, desde luego, no está en el fútbol”. Natalia lo tiene todo: condiciones, técnica, fuerza, talento. Pero, como a Priscila y a Alexia, le tocó nacer en un país donde el camino que ella quiere seguir no existe. “Siempre me ha hecho gracia eso de que el fútbol masculino genera mucho. Si invirtieran en nosotras también generaríamos”, se queja. No ocurre y la única alternativa es la de Vero, irse lejos. “Pero yo con 27 años no puedo irme”, dice Priscila. “Juego dos años y después, ¿qué? No puedo dejarlo todo por dos años”. Lo mismo le pasa a Natalia. “Sólo me iría si contribuye a mi formación, si no, no puedo”. Vero remata: “Pero, ¿por qué tenemos que irnos? ¿Por qué tenemos que elegir entre estar en nuestro país y nuestra profesión?”.
Invisibles
La prensa deportiva es el otro punto de mira de estas chicas. Todas señalan que el nulo interés que se muestra por ellas es clave para explicar su ostracismo. El ejemplo toma forma en uno de los últimos partido que se jugó esta temporada, el Rayo Vallecano contra el Barça. Ese mismo fin de semana el Rayo masculino jugó contra el Getafe. Al Estadio de Vallecas acudieron 9.000 personas para ver el encuentro, fue televisado por ‘pay per view’ y decenas de periodistas estaban acreditados. A ver a las chicas se acercaron 600 personas, ninguna televisión estuvo por allí y para hacer fotos bastó con pedirle permiso al tipo de la garita de seguridad. No estamos hablando de un Barça-Madrid, ni del salario de Cristiano Ronaldo. No estamos hablando de ‘megaestrellas’ ni de lujos. No tendría sentido. Hablamos de un encuentro normal entre el Rayo masculino y el Getafe frente a un Rayo femenino contra Barcelona. Y aun así son dos mundos.
“El fútbol es una insignia para los hombres en España, por eso las mujeres no pintamos mucho, no despertamos interés”, dice la portera del Rayo Vallecano, Alicia Gómez, de 26 años. Si Casillas tiene una casa en la lujosa urbanización madrileña de La Finca, Alicia comparte piso en Vallecas con una compañera de equipo. “Y dejamos que venga a comer todos los días Natalia porque si no, no le da tiempo a ir a entrenar”, comenta riendo. “Yo no digo que tengamos que equipararnos con el fútbol masculino, pero lo que rodea hoy en día a ellos es desorbitado. Se ha llegado a un punto en que es noticia la celebración de un gol o un peinado. ¿Qué tiene eso de deporte? Sólo con cambiar esa información insulsa por información de nuestros partidos nos daría una visibilidad tremenda”.
Sonia Bermúdez, delantera del FC Barcelona de 28 años, ha sido la máxima goleadora de la competición los dos últimos años. “Si fuera un chico tendría en mi casa dos botas de oro, pero no tengo nada”, comenta con sonrisa resignada. No sólo botas de oro; si Sonia hubiera nacido chico, sería una megaestrella. A cambio se levanta cada día a las 7 de la mañana para ir a clase, vuelve a casa a cocinar, estudia por la tarde y va a entrenar para regresar a casa a las 11 de la noche. El sacrificio no afecta sólo a las propias jugadoras, también a su entorno. Nagore Calderón, delantera de 19 años del Atlético de Madrid y también internacional, dependía de sus padres cada día para entrenar. “Hasta hace un año no tenía carné y me traían todos los días desde Alcobendas, con quienes vivo todavía. Les debo todo. Se han sacrificado mucho para que yo siga jugando”, explica.
No todo son quejas. Hay autocrítica. Sonia la expone: “También depende de nosotras –asegura-, tenemos que luchar por tener visibilidad y creo que lo estamos consiguiendo. La última Eurocopa es un buen ejemplo”. Sonia se refiere al campeonato de Europa de selecciones disputado este verano en donde las chicas –sin ser profesionales- alcanzaron los cuartos de final. Aún así el abismo entre sexos es todavía descomunal.
¿Soluciones? En un espacio y tiempo en el que el fútbol masculino ha mutado en negocio no parece fácil equilibrar la injusticia. Lo ven de otra forma las jugadoras: “Es una cuestión de interés. No lo hay. Si se diera a conocer esto habría interés y creceríamos”, dice Natalia. “Así de fácil”, apostilla. “¿Cómo un gol?”. “No tanto”, se despide riendo.
CUADRO COMPARATIVO
Salario medio jugador de primera División (entre sueldo y ficha)
Ellos: 1.100.000 euros anuales. Ellas: 5.000 euros anuales.
Salario más alto de la primera división.
Masculina: 16 millones de euros anuales. Femenina: 18.000 euros anuales.
Salario más bajo de la primera división
Masculina: 120.000 euros anuales (por convenio). Femenina: 0 euros anuales (hay jugadoras que no cobran nada).
Número de horas de entrenamiento semanal (aproximadas)
Ellos: 10 horas semanales. Ellas: 6 horas semanales.
Presupuesto medio clubes de primera división
Masculina: 40 millones de euros. Femenina: 400.000 euros.
Número de jugadores federados en España:
Hombres: 803.000. Mujeres: No consta en la web de la RFEF.