Tenzin Gyatso, XIV Dalai Lama.
Foto © Ángel López Soto
Hoy es el 80 aniversario del Dalai Lama, el líder espiritual del pueblo tibetano. Aquí os dejo esta entrevista publicada el 21 de septiembre de 2003 por David Jiménez, entonces corresponsal del diario El Mundo en Asia -hoy director del mismo-. Las fotos son de mi autoría.
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Su Santidad el Dalai Lama recibe al periodista como a un amigo de siempre, saliendo al porche de su sencilla residencia de Dharamsala, en La India. En la conversación, el desterrado del Tíbet habla de sus sueños, de política y se declara a favor del amor gay y el aborto en determinados casos. A sus 68 años, este ex miembro del Partido Comunista chino que se decanta por el socialismo, recomienda a musulmanes y cristianos acercarse más. En octubre visitará España, pero el Gobierno no le recibirá por no enfadar a China, que le considera un separatista peligroso.
ENCUENTRO CON EL DALAI LAMA
por David Jiménez – fotografías de Ángel López Soto
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De niño, a Tenzin Gyatso le gustaba encaramarse hasta una de las terrazas del palacio de Potala, en la capital tibetana de Lhasa, desplegar su viejo telescopio y otear el horizonte hasta dar con el patio de la cárcel estatal de Shol. Los presos, al descubrirle, solían dejar lo que estuvieran haciendo para postrarse en la distancia ante el pequeño monje de sonrisa abierta y brillantes ojos negros que se sonrojaba ante las muestras de devoción.
Aquel muchacho travieso acaba de cumplir 68 años y conserva intacto el humor infantil que le ha llevado a reírse tantas veces de esa contradicción que le ha perseguido toda la vida: la gente siempre tratándole como si fuera un Dios y él empeñado en comportarse como si no lo fuera. “No soy más que un simple monje”, protesta el XIV Dalai Lama, consciente de que, al menos en esto, no se le hace mucho caso.
La sencilla residencia del líder espiritual, religioso y político del Tíbet, Premio Nobel de la Paz i989 y símbolo de la resistencia no violenta en el mundo, tiene unas envidiables vistas de las puestas de sol del valle de Kangra, en la remota localidad india de Dharamsala, a 8.000 kilómetros de España. Lo primero que hizo al exiliarse aquí en i959, tras la invasión del Tíbet por las tropas de Mao Zedong, fue terminar con la regla que obligaba a sus invitados a sentarse en sillas más bajas que la suya para no superarle en altura, como había sido tradición en la corte tibetana. Leyendo como él mismo lo cuenta en su biografía, Libertad en el Exilio (i990), uno no puede dejar de imaginar que habría sido mucho más incómodo entrevistarle antes de que descubriera que los formalismos le “alejaban de la gente”.
El Dalai Lama te recibe estos días saliendo al porche, cogiéndote de la mano y llevándote hacia el interior de su casa mientras, por el camino, te pregunta por la familia y el trabajo con la naturalidad de un amigo de toda la vida.
Nacido el seis de julio de 1935 en una pequeña aldea del nordeste del Tíbet, Tenzin Gyatso fue identificado, a los dos años, por una expedición de religiosos del Tíbet, como la reencarnación del fallecido XIII Dalai Lama y conducido poco después a Lhasa. Allí, en su nuevo palacio de 1.000 habitaciones, fue aclamado por su pueblo con el nombre de Jetsun Jamphel Ngawang Lobsang Tenzin Gyatso (Señor Sagrado, Gloria Gentil, Elocuencia, Reencarnación de la Compasión, Ilustrado Defensor de la Fe, Océano de Sabiduría).
El Dalai Lama llega a Spiti, India, para celebrar Kalachakra.
Foto © Ángel López Soto
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Me preguntaba qué soñó el Dalai Lama la pasada noche.
Creo que nada. Pero hace dos días me vinieron a ver en sueños mis antiguos tutores. Me sorprendió porque en lugar de saludarles a la manera tibetana lo hacíadándoles la mano y diciéndoles “good morning” (buenos días). Cuando me levanté me sentí muy feliz. .
¿Sueña en alguna ocasión Su Santidad que es otra persona diferente al Dalai Lama?
En realidad, en mis sueños, casi nunca me considero a mí mismo el Dalai Lama, sino un monje budista más. Cuando algunas veces aparecen mujeres en esos sueños, enseguida me doy cuenta que soy un monje y que debo tener cuidado. Otras veces, en mis sueños, estoy en medio de una pelea y de nuevo recuerdo que soy un monje y que no debería golpear a nadie.
¿Se acercan también las mujeres al Dalai Lama en la vida real?
Uh, sí. En la realidad también, por supuesto. Bueno, en la vida real incluso más (risas). Creo que al menos he tenido i0 propuestas matrimoniales de mujeres que querían casarse conmigo, algunas incluso me lo han pedido llorando.
Muchos hombres le envidiarían.
Yo les he dicho a esas mujeres que pensar de esta forma es un error y desde el punto de vista del budismo un pecado. Les digo que me deberían considerar como a un hermano.
Un monje budista tiene 253 reglas que respetar. ¿Es el celibato la más difícil de cumplir para Su Santidad?
Hay cuatro principales: evitar el sexo, no matar, no robar y no mentir. Siempre hay un peligro en la referente a la mentira por la tentación de aprovecharme de mi posición. Matar a otra persona no está entre los peligros y robar (hmmm), creo que tampoco. Así que de las cuatro, supongo que el deseo sexual es la más difícil. Por supuesto que los pensamientos vienen a mi cabeza, como ser humano que soy (risas). Cuando estaba en el Tíbet nunca encontré demasiados problemas para mantener el celibato, pero en el exilio, al entrar en contacto con más gente… Lo que también he notado es que las personas casadas, a pesar de disfrutar de libertad sexual, tienen otras preocupaciones. Tenía un amigo monje que decidió casarse y tuvo un bebé y se quejaba de que no podía dormir por las noches… (risas).
¿Ha pensado alguna vez cómo habría sido ser padre?
No sé Para algunas cosas tengo mucha paciencia, pero para otras no tanta.
¿Tiene quizá el Dalai Lama un carácter fuerte?
Oh, sí, sí. Si los niños fueran gamberros, no sabría qué hacer. Algunas veces veo a las madres con niños que no paran de llorar y llorar, pero ellas no dejan de mostrarles compasión y esto lo admiro mucho.
El Dalai Lama en el monasterio de Ki, Himachal Pradesh (India).
Foto © Ángel López Soto
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Transmite el Dalai Lama algo de la paz de Mahatma Gandhi, la determinación de Nelson Mandela y el optimismo a prueba de realidades de… Tenzin Gyatso.
Él asegura que es “un hombre feliz a pesar de las circunstancias” y que su carcajada fácil es herencia de familia.
En el cajón de los días tristes siempre encuentra, en primer lugar, el 3i de marzo de 1959, el día que tuvo que abandonar el Tíbet. Después de 24 días de odisea a través de la nieve, ocultándose de las tropas chinas, el entonces joven líder tibetano llegó a la frontera con La India y se despidió de los guardaespaldas que le habían ayudado a escapar y de un pueblo que veía marcharse a su última esperanza.
El Reino de las Nieves había sido invadido una década antes por el Ejército de Liberación Popular y la represión se había hecho insostenible. “Creí que serviría mejor a los míos desde fuera, tratando de buscar apoyo internacional para nuestra causa”, recuerda.
El “mensajero del altruismo” es hoy líder de un Estado que sólo existe en la imaginación de quienes lo habitan, asentado en un pedazo de tierra prestado por el Gobierno indio, donde los impuestos son voluntarios y sus ciudadanos, sin pasaporte ni país que les acepte, viven de la esperanza de volver algún día al Tíbet. Más de 130.000 tibetanos han seguido al Dalai Lama en el exilio –10.000 de ellos viven en Dharamsala– y Su Santidad recibe cada día a los nuevos refugiados que logran llegar a la pequeña Lhasa para escuchar, casi siempre con lágrimas en los ojos, sus historias.
Hace algún tiempo, en una de las partidas que lograron cruzar la frontera, se encontraba un monje que había sido torturado y encarcelado por el Ejército chino. Abatido, el religioso relató cómo durante su cautiverio había pasado por un grave peligro. “¿Qué peligro fue ese?”, preguntó el Dalai Lama. “El peligro de perder la compasión hacia los chinos”.
El Dalai Lama en Barcelona.
Foto © Ángel López Soto
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La destrucción cultural del Tíbet parece imparable y el Dalai Lama pide a su pueblo sentimientos de compasión hacia quienes han tomado su país y reprimen a su gente. ¿Todavía piensa que la lucha pacífica puede funcionar?
Yo creo firmemente que sí. Hay un cambio positivo en el pueblo chino y en grandes ciudades, como Beijing o Shanghai, la gente muestra cada vez más respeto hacia el Tíbet y se siente más cercana a nosotros. Si nos hubiéramos dedicado a matar chinos esto jamás se habría conseguido. A largo plazo, para que los tibetanos vivamos felices y en paz con nosotros mismos, es esencial que logremos nuestros objetivos sin violencia.
No parece esa la opción más popular entre los líderes del mundo estos días.
(Carcajadas). No, no, las cosas están muy complicadas.
Atentados constantes, guerras en Afganistán e Irak, Oriente Medio sumido en el caos. ¿Existe ese choque de civilizaciones que algunos ven entre musulmanes y cristianos, Oriente y Occidente, pobres y ricos?
Este no es un conflicto que se haya desarrollado en los últimos años como consecuencia de un suceso en particular [atentados del 11-S], sino que ha germinado a través de varios siglos o, al menos, varias décadas. La solución, por lo tanto, también llevará tiempo y necesita de mucha paciencia y determinación. Los mundos musulmán y cristiano se encuentran enfrentados y deben esforzarse por contactar entre ellos: los estudiantes, los hombres de negocios, los políticos, todo el mundo, en uno y otro lado, debe acercarse y relacionarse más.
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Uno de los episodios más desconocidos de la biografía del Dalai Lama es que durante su juventud se afilió al Partido Comunista Chino e incluso llegó a ocupar un puesto en el Gobierno de Mao Zedong. Tras la invasión del Tíbet, un entonces novel Dalai Lama de i9 años, viendo que la ocupación era irreversible, viajó a Pekín para negociar la autonomía del Tíbet con el Gran Timonel. Tenzin Gyatso llegó a sentir una gran admiración por el revolucionario chino y por su idea de crear una sociedad sin clases. El altruismo que pregonaba el marxismo parecía guardar ciertas similitudes con el budismo y, durante su estancia en China, el Dalai Lama sintió que Mao le trataba “como a un hijo”, dándole incluso de comer con sus propios palillos durante las recepciones oficiales. La decepción no tardó en llegar: las promesas de respetar el Tíbet fueron incumplidas y Su Santidad descubrió que en la utopía maoísta no había lugar para la libertad individual ni la compasión.
En alguna ocasión ha dicho que se considera medio comunista, ¿qué hay de la otra mitad?
Si tuviera que elegir entre capitalismo y socialismo, no hay duda, me declararía socialista. Aparte, entre los socialistas, están los comunistas, que quieren eliminar las clases y la explotación trabajadora y distribuir la riqueza con igualdad, unas ideas que considero justas. El problema es que los partidos marxistas eventualmente se vuelven dictatoriales, porque ponen demasiado énfasis en el odio y dejan de lado la compasión, desprecian los valores humanos. El capitalismo, por su parte, me parece que también tiene sus excesos: se basa en crear riqueza rápida y para conseguirlo, a veces utiliza la explotación. Ambos sueñan con cambiar las cosas…
Impartiendo enseñanzas budistas en Delhi, India.
Foto © Ángel López Soto
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La visita del Dalai Lama a España en la segunda semana de octubre será la cuarta desde 1982 y, como en otras ocasiones, ningún miembro del Gobierno le recibirá para evitar enfadar a una China cada vez más golosa comercialmente y que considera a Tenzin Gyatso un separatista peligroso. En la sala de visitas donde recibe a sus invitados, aparte de una chillona moqueta verde, un cuadro torcido con el mapa del Tíbet y varios muebles deslucidos por el paso del tiempo, Su Santidad ha colgado los premios y placas recibidos todos estos años. Una de ellas está firmada por el Cuerpo Nacional de Policía de Barcelona y le fue entregada “con admiración” en su última visita a España hace seis años.
No deja de ser una de las grandes contradicciones de la causa tibetana que, a pesar del apoyo de actores famosos como Richard Gere y de la simpatía que su causa despierta, ningún país haya hecho nunca nada concreto por ella. Durante los años 60 EEUU distribuyó armas entre una guerrilla tibetana, pero el Dalai Lama nunca agradeció el gesto porque iba contra su política de no violencia y estaba motivado por la intención americana de frenar el comunismo y no de ayudar al Tíbet. “Al contrario que Irak, por ahora, no se ha descubierto petróleo en el Tíbet”, comenta con sarcasmo.
De sus anteriores visitas a España, el Dalai Lama recuerda, sobre todo, la locura de los horarios. “Mis actividades del día nunca empezaban antes de las ocho de la mañana. ¡Uf! Demasiado tarde, demasiado tarde”, repite. Las ocho de la mañana es “demasiado tarde”, sin duda, cuando uno se levanta a las cuatro de la mañana. Un día ordinario en la vida de Tenzin Gyatso en Dharamsala viene a ser algo así: nada más despertarse dedica 45 minutos a la meditación, después se da un baño, pasea por el jardín y las 5.15 desayuna. Con el estómago lleno empiezan varias horas de estudios –filosofía budista, escrituras antiguas, historia…– y la lectura de la prensa. A partir de las 13.00 recibe audiencias y trata los asuntos del Gobierno tibetano en el exilio hasta las 17.30. A las 18.30 llega la hora de uno de sus pocos vicios: escuchar el boletín de la BBC World Service. De nuevo meditación, rezos y, a las 20.30, a dormir (“la forma de meditación de todas las personas”). Sus aficiones por la fotografía antigua, la reparación de relojes antiguos y el tiro con escopeta –“sólo para asustar a los pájaros, porque los budistas no podemos matar a ningún ser vivo”– han quedado casi en el olvido por falta de tiempo.
El Dalai Lama es, superando en esto al también viajero Juan Pablo II, el líder religioso que más se desplaza por el mundo (casi 200 viajes desde que se exilió). La “reencarnación de la compasión” nunca parte, sin embargo, con la misión de promover su fe, hacer más popular a Buda o convencer de sus ideales a nadie. Prefiere dedicar el tiempo a hablar del altruismo –“cuando nos preocupamos menos por nosotros la experiencia de nuestros propios sufrimientos también es menos intensa”– y de los “principios morales seculares” que él considera por encima de todas las religiones. Sin pretenderlo, el Dalai Lama se ha convertido en una celebridad internacional, invitado a dar conferencias en todo el mundo sobre su “Justicia Universal”, sus guías para ser una mejor persona y la ruta para encontrar lo que llama “el camino medio”, ese punto de acuerdo que siempre puede alcanzarse cuando se deja de pensar sólo en uno mismo.
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Holanda y Canadá han aprobado los matrimonios entre gays. ¿Qué le parece?
Aquí yo haría una distinción. Hay religiones, incluido el budismo, que consideran las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo como una conducta sexual errónea. Algunas parejas homosexuales vienen a verme y me piden que “bendiga” su situación y esto no es posible. Ahora bien, si como seres humanos y no como fieles, dos personas que tienen el mismo instrumento [genitales], encuentran satisfacción de esa forma, si los dos están de acuerdo y son felices, entonces me parece bien. Creo que los gays no deben ser discriminados, merecen los derechos de cualquier ciudadano. Y si, además, la ley permite los matrimonios, entonces me parece bien que se casen. Incluso si son dos señores ya viejos o dos señoras mayores (carcajadas).
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El Dalai Lama cree también aceptable el aborto si se dan circunstancias especiales, no descarta que en el futuro su lugar lo ocupe una mujer y piensa que “la clonación puede ser buena si tiene como motivación un beneficio médico”. Unas ideas liberales que se mezclan con firmes convicciones religiosas. Entre ellas está la de la reencarnación, que le ofrece la certeza de que volverá a ver el Tíbet, si no en esta vida, en la próxima. Nada volverá a ser como antes. La pequeña cárcel de Shol, aquella sobre la que el infante Dalai Lama tenía una vista privilegiada desde el palacio de Potala, es hoy un complejo para miles de presos repartidos en campos de trabajos forzados y centros de reeducación cuyos patios están ocupados por aquellos que no renuncian a seguir venerando al hombre que consideran una especie de dios viviente. “De forma intencionada o no, se está cometiendo un genocidio cultural”, explica Su Santidad, perdiendo por primera vez la sonrisa. “La masiva emigración de población china ha convertido a los tibetanos en una minoría discriminada. Las tiendas, los restaurantes, todo está en manos de los chinos, la vida y la cultura están cambiando. El tiempo se está agotando para salvar el Tíbet”.
Quizá porque se sabe indispensable para el futuro de los suyos, tal vez porque nunca se ha perdonado del todo haberse marchado, este simple monje se resiste a pensar en el final para el que ha sido preparado desde la infancia. “En la tradición tibetana tenemos una práctica que consiste en la imaginación de la muerte. A menudo me he preguntado si al llegar el momento seré capaz de marcharme con coraje. Por una parte, si falleciera hoy, no me preocuparía demasiado, pues creo que he hecho un buen servicio y he ayudado a otros, pero cuando pienso en el Tíbet…, entonces creo que no debería morirme aún”.