FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
Este inmenso mar de dunas situado al oeste de Argelia, guarda en su interior tres refugios de verdor que son un admirable ejemplo del ingenio que el ser humano es capaz de desarrollar para sobrevivir en un mundo inerte de arena, viento y silencio. Son los bellos oasis de Taghit, Beni Abbés y Timimoun.
EL GRAN ERG OCCIDENTAL
Por Gerardo Olivares, miembro de GEA PHOTOWORDS
Junio de 1990. Mi amigo Jesús y yo acabamos de cruzar la frontera entre Marruecos y Argelia. Viajamos a bordo de un Seat Panda en una complicada misión de llegar hasta la lejana frontera con Mali. El termómetro del vehículo marca 51º centígrados. Circulamos por la N-6 en paralelo con la frontera marroquí hacia el sur, hacia el oasis de Reggane, puerta de entrada del mítico y desconocido desierto del Tanezrouft. A las diez de la mañana el calor es tan extremo que no podemos seguir conduciendo y decidimos parar en el primer núcleo habitado que nos encontremos. Al borde del camino pasamos una señal con una palmera dibujada que marca la dirección de Taghit, una población situada a unos 30 kilómetros, en el próximo desvío a la izquierda. La buena carretera de asfalto pronto se convierte en un pequeño infierno de baches y polvo que, junto a la temperatura del habitáculo, terminan por convertir el viaje en una autentica pesadilla. A punto de sufrir un golpe de calor, entramos en la pequeña población de Taghit, donde el mal sueño dio paso al desahogo y al sosiego; Por casualidad habíamos dado a parar en uno de los oasis más hermosos del Sahara.
Taghit es lo que uno añora encontrar cuando viaja por primera vez al Sahara. Esa estampa mental que todos nos haríamos del lugar idílico del desierto. El pueblo está formado por angostas callejuelas de casas de adobe rojo, protegidas por un Ksar -las fortalezas del desierto- y rodeada de un frondoso palmeral donde el agua corre y murmúllela entre huertos de limones, granados y pomelos. A sus espaldas, las grandes dunas del Gran Erg se levantan amenazantes, una constante en la vida de sus gentes y que la sabiduría está logrando contener.
Nada más llegar al oasis buscamos protección bajo la sombra de una higuera mientras sumergimos nuestras cabezas en la fresca agua que corre por sus canales. Estos oasis, cruciales en las caravanas comerciales entre el sur y el Mediterráneo, fueron creados por el hombre a partir de la presencia natural del agua. Sus milenarios sistemas de irrigación son auténticas obras maestras de ingeniería hidráulica donde se aprovecha hasta la última gota de agua. Kesria es el nombre que recibe la gran losa de piedra que regula la distribución del agua entre las familias.
Al caer la tarde decidimos subir a la duna más alta para contemplar la puesta de sol. Disfrutando de las magníficas vistas del palmeral, trato de imaginar lo que deberían de sentir los caravaneros al llegar a uno de estos oasis después de sus largas y penosas travesías por el gran desierto. Nos acompaña Ibrahim, un bereber que nos insiste en que visitemos también los oasis de Benni Abbés y sobre todo el de Timimoun.
El oasis de Timimoun, también conocido como el Oasis Rojo, es similar a Taghit pero a lo bestia y sin tanto encanto, aunque bien merece la pena una visita. Está formado por un inmenso palmeral situado al sureste del Gran Erg Occidental, rodeando una extensa superficie salada vestigio de un antiguo mar interior. Una visita obligada es el antiguo hotel Oasis Rouge, construido en 1900 por los misioneros coloniales y donde se conserva un pequeño museo. También es muy interesante hacer el circuito de Gourara. Este recorrido circular de unos 70 kilómetros, atraviesa pequeñas poblaciones situadas en el interior del oasis como el pequeño asentamiento de Izgher.
Nuestro viaje debía continuar hacia la tierra vacía, el temido desierto del Tanezrouft; el único lugar continental donde es posible observar la curvatura de la tierra, pero de ello hablaré en otra ocasión.