Expresas palestinas.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
En diciembre de 1977 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por una amplia mayoría la resolución 32/40 B en la que se adoptaba el 29 de noviembre de cada año como el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. Desde entonces esta fecha es un día de reflexión para políticos y sociedad civil sobre las difíciles e injustas condiciones en las que más de diez millones de palestinos sobreviven desde 1948 ante los ojos de la humanidad. Un intento por movilizar a la opinión pública internacional sobre la necesidad de presionar a los dirigentes del mundo para que garanticen que el pueblo palestino pueda ejercer de una vez por todas sus derechos inalienables. Hoy Palestina presentará su candidatura para ser reconocida como estado observador ante las Naciones Unidas.
Por Mónica Leiva para GEA PHOTOWORDS
Tal fecha como la de hoy sirve para plantar cara al carácter universal del desinterés. Me gusta pensar que recordar evita el memoricidio, que de algún modo reconoce el sufrimiento del pueblo palestino y sus derechos inalienables. Y aunque después de tantas décadas de olvido eso no logre reconfortar el agotamiento psicológico de un pueblo maltratado y abusado por la política y la geoestrategia, es importante aunque sólo sea para recordar el marcado carácter político de un conflicto a menudo desdibujado, abordado como una mera cuestión humanitaria o de terrorismo, como un molesto “problema” tras el que sólo hay cifras y no rostros humanos.
Como primer paso para la reflexión, es preciso retroceder en el tiempo, entender lo que ocurrió realmente en Oriente Próximo con la caída del Imperio Turco-Otomano. En gran medida, las decisiones que las potencias aliadas tomaron entre 1914 y 1922 todavía aprisionan a sangre y fuego a los habitantes de la zona. Un trazado de fronteras artificial y la creación de un estado étnico judío en el corazón de una tierra de marcado carácter árabe, tribal e islámico son decisiones trascendentales tomadas por los poderes coloniales del momento que han marcado el destino de millones de personas. Tales fallos fueron adoptados en despachos europeos (y, en menor medida, estadounidenses), de espaldas a la realidad y a la voluntad mayoritaria de la población autóctona. De ahí que hoy reflexionemos sobre el papel de la comunidad internacional en el desbarajuste de Oriente Próximo, aunque desgraciadamente mucho podría ser dicho también acerca de la responsabilidad que los líderes locales detentan sobre el sufrimiento y el destino de su propia gente.
Dominados por el Imperio Turco-Otomano desde 1515 hasta 1917, los habitantes de la región conocida como Palestina quedaron tras la Primera Guerra Mundial bajo la esfera de influencia de los británicos que promovieron un Mandato de la Sociedad de Naciones entre 1922 y 1947. Para entonces los nacionalismos árabe y sionista judío habían convertido Palestina en el corazón de sus reivindicaciones políticas y territoriales y a finales del siglo XIX ya había alguna colonia sionista en territorio palestino. Durante la Primera Guerra Mundial los británicos habían seducido con promesas tanto a líderes árabes como sionistas con la intención de favorecer sus propios intereses bélicos. Sin embargo, una vez terminada la contienda Gran Bretaña consideró más oportuno para sus intereses favorecer el proyecto sionista en Palestina. Dicho proyecto, por disparatado que parezca hoy en día, consistía en asentar sobre la tierra de un pueblo autóctono (árabe) otro pueblo (judío) llegado de diversas regiones del mundo; en transformar la idiosincrasia de un territorio que durante siglos había sido árabe-palestino, rural y mercante, en un espacio dominado y habitado mayoritariamente por judíos y proyectado desde la moderna Europa.
A estas alturas de la historia es cuando llegamos al 29 de noviembre. ¿Por qué la ONU ha escogido esta fecha para “solidarizarse” con el pueblo palestino?. Bien, porque fue el 29 de noviembre de 1947, acabada la Segunda Guerra Mundial con toda la magnitud de su brutalidad, cuando la recién constituidaAsamblea General de las Naciones Unidas con 56 estados miembros aprobó la resolución 181 (II), recomendando la partición de Palestina en un estado judío y otro árabe, y dejando los lugares santos bajo control internacional. Los árabes no subscribieron dicha resolución.
A los seis meses, en mayo de 1948, Gran Bretaña abandonó Palestina y nació el estado de Israel que tendría como fundamento legal y moral la resolución suscrita y aprobada por la ONU. La primera guerra árabe-israelí se desató inmediatamente y su resultado anuló el sentido de partición de la resolución 181 (II), al evidenciarse las políticas de expansión territorial que manifestó desde el principio el estado israelí. Habiendo acaparado Israel el 78% del territorio asignado por la ONU al estado árabe, el conflicto armado entre árabes e israelíes se prolongaría y complicaría, llegando hasta nuestros días.
Los palestinos denominan Nakba o Catástrofe a la desposesión de su tierra natal, de su patrimonio, de sus aspiraciones soberanas; a la desintegración de su tejido social; a la imposibilidad de vivir en paz y prosperidad; a la imposibilidad de enterrar el pasado. El pueblo palestino cuyo derecho de autodeterminación había sido reconocido previamente por la Sociedad de Naciones se vio abocado a partir de 1948 a la expulsión sistemática, al exilio forzoso, al expolio y a la locura. En 1967 llegaría también la brutal ocupación militar israelí y la intensificación de la colonización judía de los territorios donde todavía hoy habitan autóctonos.
Fuertemente dependientes de la caridad internacional, el orgulloso pueblo palestino vive hoy en día fragmentado, dividido en diferentes localizaciones, corriendo suertes muy dispares.
Encerrados en una franja costera de tan solo 365 km cuadrados viven amontonadas más de un millón y setecientas mil personas. Toda posibilidad de abastecimiento normalizado de mercancías y combustible pasa por Israel que mantiene un brutal embargo sobre la población desde que en 2006 asumieran la administración de la franja los islamistas de Hamas. Atrapados entre el despotismo de sus líderes y los periódicos bombardeados israelíes, más del 80% de la población civil depende de la ayuda alimentaria de la UNRWA para su subsistencia. El movimiento de entrada y salida de personas se limita a la frontera egipcia para algunos casos “humanitarios” y estudiantes. El espacio aéreo y marítimo continúa bajo control israelí.
Dividida en diversos bantustanes, la población palestina de Cisjordania vive detrás de muros, vallas y barreras en un territorio salpicado de colonias israelíes. Administrados a nivel local por los no menos déspotas nacionalistas de Fatah, Israel controla el movimiento de personas y mercancías, el espacio aéreo y los recursos subterráneos e hídricos. Asimismo mantiene desplegado a su ejército in situ por lo que la población está sujeta a continuos toques de queda, expropiaciones y destrucción de tierras, demolición de viviendas, cierre de instituciones educativas y severas restricciones de movimiento lo que les impide desarrollar su rutina con normalidad. Desde 1967 Israel ha detenido a más de 750.000 palestinos, la vasta mayoría prisioneros políticos. Las leyes israelíes permiten prolongar indefinidamente la detención administrativa de palestinos sin necesidad de presentar cargos.
Bajo la legalidad internacional Jerusalén Este es territorio ocupado. Sin embargo, desde 1967 el objetivo de Israel en Jerusalén ha sido establecer un control exclusivo e irreversible de toda la ciudad. Las políticas israelíes practicadas desde entonces han sido diseñadas para conseguir la integridad geográfica entre Jerusalén Este y Oeste y alcanzar una clara superioridad demográfica de judíos. Para ello, las autoridades israelíes no han dudado en variar los límites municipales, eliminar las instituciones palestinas en Jerusalén; aislar Jerusalén Este del resto de Cisjordania levantando barreras físicas; utilizar políticas discriminatorias a la hora de expropiar la tierra, dar permisos de construcción y demoler viviendas; o negar la residencia (y por lo tanto el acceso a los servicios públicos y sociales) a muchos de los palestinos nacidos en Jerusalén.
Los descendientes de los 160.000 palestinos que en 1948 (y 1967) no fueron desarraigados son hoy ciudadanos israelíes de segunda, con importantes limitaciones a la hora de trabajar, adquirir vivienda, acceder a educación en su idioma materno, otorgar la nacionalidad israelí a su pareja, u ocupar puestos públicos o de responsabilidad. Suponen alrededor del 20% de la población de Israel y sobre ellos sobrevuela el fantasma de la transferencia forzosa a los territorios ocupados.
Existen cinco millones de refugiados palestinos censados en el mundo de los cuales un tercio sobrevive hacinado en alguno de los 58 campos dispuestos a tal efecto en El Líbano, Siria, Jordania, Gaza y Cisjordania. El acceso a los derechos sociales y civiles de los refugiados varía mucho de un país a otro y se ven gravemente alterados por los acontecimientos políticos que afectan a los países de acogida.
Existe además un número indeterminado de palestinos emigrados por todo el mundo, muchos de ellos con estatus de refugiados. Aunque los países del Golfo y América Latina fueron los primeros destinos masivos de los palestinos, hoy en día se encuentran también comunidades numerosas en Europa, Estados Unidos y Canadá.
Con tal dispersión parece difícil creer que los palestinos hayan conseguido labrar una identidad nacional. Sin embargo, no he conocido a un solo palestino que no muestre nostalgia por “el paraíso perdido”. Una memoria colectiva nacional gravita por encima de todos ellos, asentada sobre la amargura del exilio forzoso, la brutalidad militar israelí y el sentimiento de sentirse abandonados a su suerte por el resto de la humanidad.
Al adoptar la resolución 3226 (XXIX) con fecha 22 de noviembre de 1974 la Asamblea General de la ONU reconocía el derecho a la libre determinación, la independencia y el retorno del pueblo palestino a su tierra natal. Hoy recordamos otro año más esos derechos inalienables del pueblo palestino, simbolizados por esa llave que heredan los refugiados palestinos de generación en generación. Como organización mundial y dado el papel que jugó y sigue jugando en los destinos de los palestinos, la ONU debería desempeñar una acción política más resuelta y efectiva y no sólo embarcarse en resoluciones y acuerdos internacionales que son violados sistemáticamente por el estado israelí y, en menor medida, también por los líderes árabes. Sabemos que los miembros del Consejo de Seguridad defienden sus propios intereses y sus alianzas estratégicas.
En definitiva, dicen defender nuestro modo de vida y nuestros privilegios, sacrificando para ello los derechos humanos y civiles de otros pueblos. Puede no gustarnos que así sea, pero entonces habrá que convertir el impulso de actuar en acción y empezar a exigir transparencia y responsabilidades políticas también en el ámbito internacional. Ese es acaso el único modo de solidarizarse con los palestinos y otros pueblos que sufren por causas políticas: desmontar este sistema favorable a los poderes fácticos y acabar con las conductas de halcón que aprisionan a millones de personas en una tela de araña donde solo pueden aspirar a morir o matar.
Mònica Leiva fue corresponsal en Oriente Próximo. Entre 2003 y 2008 vivió y trabajó en los territorios ocupados palestinos en poblaciones tan diversas como Hebrón, Gaza o Ramallah. Mantiene el blog “El diván de Ibn Battuta“.