Nanine Linning Dance Company ensayando `Dance Between Hell And Paradise´.
Foto © Ángel López Soto
DEN BOSCH, LA CIUDAD DE LAS DELICIAS
Por Javier García Blanco
.
La que fuera cuna del célebre artista medieval se engalana este año para recordar el quinto centenario de la muerte de El Bosco, con un interminable programa repleto de conciertos, exposiciones y espectáculos.
.
Preñadas de criaturas fantásticas y seres de pesadilla, las pinturas de El Bosco asombraron a sus contemporáneos y hoy figuran entre las creaciones más enigmáticas de fines de la Edad Media. Ante tal alarde de imaginación, cuesta creer que el genio neerlandés nunca pusiera un pie fuera de su ciudad natal, Den Bosch (‘s-Hertogenbosch, en su denominación oficial). Aunque bien pensado, quizá no resulte tan sorprendente, habida cuenta la singular belleza de esta apacible ciudad –galardonada en cuatro ocasiones como la más acogedora de Holanda–, cuyo entramado medieval se conserva tan bien que, según las guías oficiales, incluso El Bosco sería hoy capaz de orientarse sin problemas por sus sinuosas calles.
Embargado por la emoción de descubrir la urbe que alumbró al genio, llego a la ciudad una mañana en la que la lluvia y el sol se disputan el protagonismo y, mientras sigo las huellas del artista, no tardo en recalar en la amplia plaza del Markt, el rincón más antiguo de Den Bosch. Allí me esperan el bello edificio del Ayuntamiento y la estatua que recuerda al pintor, pero también una de las casas en las que vivió, una modesta vivienda de tres alturas que hoy ocupa una tienda de recuerdos (De Kleine Winst). Más pistas. Dejando atrás el Markt –donde miércoles y sábados hay mercado–, desemboco en la Hinthamerstraat, una calle salpicada de tiendas y restaurantes. En el número 94 se levanta un pequeño edificio de estilo neogótico y color vainilla: es la sede de la Het Zwanenbroedershuis, la Hermandad de Nuestra Señora, una cofradía a la que perteneció El Bosco. Sin duda el artista recorrió esta calle cientos de veces, pero en su época aún no existía el Salon Roosekrans, un paraíso para los más golosos donde saboreo un sabroso bossche bol, un pastelillo a base de nata y mucho, mucho chocolate.
Eva de `El Jardín de las Delicias´ de El Bosco pintado en una casa de Den Bosch.
Foto © Ángel López Soto
Saciado el apetito, el paseo por Hinthamerstraat me lleva hasta el Jheronimus Bosch Art Center, un espacio dedicado a la vida y obra del artista. Además de gigantescas reproducciones de sus pinturas e interesantes audiovisuales, el recinto cuenta con otro aliciente: gracias a un ascensor acristalado es posible ascender a lo alto de la torre y disfrutar de fantásticas vistas de la ciudad. Desde esta privilegiada atalaya destaca como un faro la catedral de San Juan, y allí me dirijo atraído por sus hermosas formas góticas. El templo es hoy muy distinto a como lo conoció El Bosco, pero todavía conserva la Capilla del Sacramento, para la que el artista creó dos piezas. La delicada belleza del interior de la catedral me fascina, pero la gran sorpresa espera en las alturas. Acompañado por un guía, asciendo a la azotea de la catedral, donde reposan 96 esculturas que parecen surgidas de un cuadro del maestro: dragones, demonios y otros monstruos de piedra que, ¿quién sabe?, quizá agitaron la imaginación del holandés.
De camino al Noordbrabants Museum, me encuentro aquí y allá con otras estatuas inspiradas en el universo onírico del pintor. Un anticipo perfecto para la exposición que, hasta el 8 de mayo, acoge este museo de la ciudad. La muestra reúne decenas de obras realizadas por El Bosco y su taller, cedidas en préstamo por algunas de las pinacotecas más importantes del mundo, entre ellas el Prado.
Antes de que me sorprenda la noche me animo a realizar una recorrido en barco a través de las aguas del Binnendieze, los canales subterráneos que surcan las entrañas de Den Bosch. Con los últimos rayos de sol ya despidiéndose en el horizonte, apuro mis pasos para regresar a la plaza del Markt, escenario de un espectáculo nocturno –Bosch by night, hasta el mes de diciembre– en el que las fachadas de la plaza se convierten en gigantescos lienzos sobre los que se proyectan las inquietantes y fabulosas obras del maestro. Sólo queda un último gesto para despedir a El Bosco y ahuyentar a sus demonios: en la célebre De Moriaan, la casa de ladrillo más antigua de Holanda –al menos de ello presumen los locales–, los bajos albergan el Plein79, uno de los bares de copas más animados de la ciudad. Me decido por una cerveza local y brindo a la salud del genio que, hace 500 años, asombró a toda Europa con sus pinturas.
Reportaje publicado en TRAVELER de Condé Nast en torno al V centenario de la muerte de El Bosco