El País – texto y fotos © Ángel López Soto
6 Junio de 2017
Si quieres saber cómo es un viaje por India con este gran conocedor del país -Ángel lleva más de 20 años documentando el entorno budista tibetano- aquí tienes la crónica de su pasado viaje de abril por el sur del país. Y si quieres más información del viaje del 26 de agosto, para el que aún quedan unas pocas plazas, la tienes en nuestra web.
CRÓNICA DE UNA EXPERIENCIA QUE NO OLVIDAREMOS
“Acostumbrado a viajar solo o en compañía de un periodista -y con aproximadamente treinta viajes al subcontinente indio en la mochila, esta experiencia ha sido muy diferente a cualquiera de las anteriores. Viajar con 15 personas que no conoces y con perfiles profesionales tan variados (un par de cirujanos, psiquiátras y psicólogos, gente del mundo de la banca, un periodista, personal de ONG, etc) redescubres lugares que ya has pisado pero de otra manera y además sorprendiéndote con ese capital humano diverso, rico, variado, de tus compañeros de viaje, gente ya curtida en otras latitudes y experiencias.
India es intensa. No deja a nadie indiferente. Hay quienes la aman y quienes la detestan.
Dominique Lapierre, con sesenta años de viajes a lo largo y ancho de ese país, me decía: `India es como la caja de Pandora, cada vez que la abres algo nuevo te sorprenderá.´ Doy fe de que es así.
Este no era un viaje clásico, convivir varios días en la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur visitando algunos de sus proyectos -que inciden sobre tres millones de personas- como hospitales, escuelas, centros de formación para mujeres y niños discapacitados, es una experiencia que no dejó indiferente a nadie en este grupo que pisaba por primera vez este lugar.
Durante nuestra estancia en la fundación visitamos el hospital de Bathalapalli, una escuela para discapacitados, talleres de formación para mujeres… recorrimos pueblos donde se trabaja con gentes de castas bajas y asistimos a `sanghams´, asociaciones de entre 15 y 20 mujeres destinadas a facilitar un espacio para que puedan hablar abiertamente de sus problemas con otras mujeres y se cree una red de apoyo mutuo y de solidaridad.
La fundación impulsa la creación de minibancos financiados a través del dinero que depositan las propias mujeres. Los beneficios de gestionar su propio dinero supone un paso hacia su independencia y autonomía.
El último día mantuvimos un cálido encuentro con Anna Ferrer, esposa de Vicente y fundadora con él de tan increíble institución. Cada uno de nosotros se sintió plenamente identificado por esta gran obra y no dudo de que algunos han de volver para aportar sus conocimientos y experiencia en un futuro próximo.
De Anantapur salimos hacia Bangalore y Mysore pero en ruta visitamos el Hindu Ringanatha Temple del siglo IX en la isla de Srirangapatna. El Tipu Sultan estableció aquí su capital, mientras se oponía a las fuerzas de la Compañía de las Indias Orientales en cuatro guerras, hasta que cayó sitiado en 1799.
Una comida a la vera del río con algunas cervezas Kingfisher acompañando la hora de la siesta fue nuestra despedida del lugar para volver a la ruta.
Bangalore, ciudad moderna, silicon valley indio, con su tráfico enloquecido y el caos de toda ciudad india… salimos lo más rápido que pudimos para poner camino de Mysore en donde destaca su Palacio diseñado por el arquitecto inglés Henry Irwin, una estructura de tres pisos en arquitectura Indo Sarraceno construido entre 1897 y 1912, el Durbar Hall con pilares esculpidos, un exquisito suelo de baldosas de cristal, vitrales y un techo abovedado que vale la pena admirar. Es uno de los más imponentes palacios de India. Lástima que tanta magnificencia no se pueda retener: no se permite hacer fotos.
El día acabó en Chamundi Hills, sitio del Chamundeshwari Temple y sus 1,008 antiguos escalones que conducen a la cumbre. Lugar privilegiado para esperar la caída del sol rodeado de monos curiosos y juguetones.
Los grandes asentamientos tibetanos de Bylakuppe y Hunsur en el vecino estado de Karnataka fueron lo siguiente en nuestra ruta. De la mano del monje Lobsang del monasterio de Sera Mey -contacto que me dieron mis amigos de La Casa del Tíbet de Barcelona- recorrimos las grandes extensiones en las que los tibetanos huídos de Tíbet en los años 60 recibieron tierras por parte del gobierno indio para dedicarlas mayormente a la agricultura y donde erigieron los grandes monasterios que cobijan a miles de monjes budistas continuando las tradiciones de sus diversas escuelas tibetanas.
Otra vez rodeado de la atmósfera del Tíbet, llevo cerca de veinte años fotografiando al exilio tibetano por todo el mundo. Me siento en casa y me halaga el interés, curiosidad y respeto que produce este lugar en mis compañeros de viaje.
Gracias a Víctor, uno de nuestros viajeros, gran conocedor de plantaciones de café y cacao en medio mundo, nos desvíamos un poco de nuestra ruta para visitar una planta procesadora de café en Coorg, en las estribaciones de los ghats occidentales que separan Karnataka del estado de Kerala. Un improvisado cambio en la ruta que nos descubre una nueva perla.
Nuestro siguiente destino es Dubare Elephant Camp, donde observamos a los elefantes en compañía de un experto naturalista que nos explicó los diversos aspectos de la historia de este paquidermo, su ecología y biología. Incluso se pudo participar en el lavado de estos sagrados animales.
Noche en Calicut, uno de los centros mundiales del comercio de especias de antaño, llamada ahora Kozhikode y tercera ciudad más poblada de Kerala. Por la mañana continuamos descendiendo hacia el sur a bordo del tren que nos dejaría seis horas después de Allepey, nuestro punto de encuentro con el hogar que nos cobijaría durante los próximos días: una casa barco en la que recorreríamos los canales, lagos y ríos de los backwaters. Un viaje en tren compartiendo horas de charla con familias indias que te `adoptan´ y no paran de ofrecerte comida, café o chai (el especiado té indio) durante la travesía.
Que se puede decir de la paz y serenidad de los backwaters en los que navegamos durante varios días en esa casa barco de las tantas que hay en la zona. Pensar que cuando llegué aquí por primera vez hace 18 años solo había siete que se dedicaban al incipiente turismo. Hoy son cientos.
`Navegar es preciso, vivir no es preciso´ cantaba Caetano Veloso. Y parece que aquí solo eso es lo importante. Paz, sol, casas que vemos pasar por la borda, gente amable y siempre sonriente, iglesias católicas que datan de los tiempos de la conquista portuguesa… cocoteros y arrozales… y agua, mucha agua. Ningún lugar en el mundo ha sido bendecido con esta belleza y tal vez por ello la llaman `El país de Dios´.
Nuestro final de viaje tiene el broche de oro en Kochi, el gran centro comercial mundial de antaño en el que se hablaban simultaneamente 20 lenguas y se negociaban las especias a precios astronómicos pagados por las cortes portuguesas y holandesas como nos cuenta Ángel Martínez Bermejo en su libro `Mango con Pimienta´ que leí gratamente a lo largo del viaje.
En el fuerte de Cochin las redes de los pescadores chinos, erigidas entre 1350 y 1450 ofrecen una vista impresionante. Curiosa es la visita a la Sinagoga en el barrio judío que ha sido despoblado por sus últimos habitantes judíos muy recientemente, así como el palacio holandés con sus murales mitológicos y pavimentos tradicionales.
Para cerrar la tarde-noche asistimos a un espectáculo de danza Kathakali, combinación de expresiones y gestos de manos que crea este tradicional arte de Kerala.
Mucho que aprender de este viaje. Mucho que disfrutar de la compañia de este grupo variopinto y entrañable con el que compartí dos semanas de experiencias, sabores, sudores premonzónicos y con quienes superamos los obstáculos y problemas inesperados que se presentan a lo largo de toda andadura. Ahí se quedan las vivencias y los recuerdos, imborrables para siempre… Y como dijo el poeta: `… se hace camino al andar.´
A seguir caminando entonces”.