Reportaje para la revista Lonely Planet sobre Den Bosch y el V centenario de la muerte de El Bosco.
Foto © Ángel López Soto
.
EL REGRESO DE EL BOSCO
Su obra vuelve a Den Bosch, la ciudad en que nació, vivió y murió, en el V centenario de su muerte. Buena excusa para viajar a una región de artistas y bicicletas.
Por Coché Echarren
.
El país en que los viejos (sobre todo ellas) pasean alegremente sus pelos blancos en bicicleta, en el que las mujeres insisten en dejar que los hombres pasen primero ante la puerta abierta, en que hipsters de diseño hacen procesiones tras la Virgen María sin atisbo de ironía… es el mismo que vio nacer a Vincent Van Gogh y a El Bosco. Si el 2015 fue un año de celebraciones relacionadas con el primero (se conmemoraban los 125 años de su muerte), el 2016 es de El Bosco (1450-1516). En este se cumple el V centenario de su muerte y la ciudad en que nació, vivió y murió, lo celebra a lo grande. A ella debe su sobre nombre el genio de la pintura, que fue bautizado como Jheronimus Van Aken pero cambió su apellido por el de Bosch, el de la ciudad en que nació. Sin embargo su caso no es como el de Vincent, quien, a pesar de haber vivido muchos años en otros países, tiene en Amsterdam, en el museo que lleva su nombre, uno de los grandes templos a él dedicados con su obra. De El Bosco apenas hay cuadros en su país. Solo el museo Boymans van Beuningen, de Rotterdam, tiene algunos. La ciudad en que pasó toda su vida, le hace homenaje con obra cedida de otras pinacotecas. El Prado es una de ellas. Aunque la polémica lo haya acompañado.
La mayor exposición que celebrará su centenario se hará precisamente en Madrid, y por eso viajar a Den Bosch para ver a El Bosco desde España podría ser solo una excusa. Pero lo merece: el orgullo de ser el lugar en que el genio vivió toda su vida convierte todas las calles de la pequeña villa medieval en escenario de celebración. Se harán conciertos, juegos de luz nocturnos, se representarán espectáculos basados en su obra, la catedral se convertirá en escenario para que la Real Orqueste represente en primicia el Réquiem compuesto para el pintor… La muestra que se ha inaugurado ya en el Noordbrabant Museum, Visiones de un genio, es solo una parte de un año dedicado a Jheronimus. Ya el año pasado los estudiantes de la Art School comenzaron a pintar las calles con motivos de cuadros del pintor. El paseante se va encontrando con una Eva de cinco pisos o con animales fantásticos en cada callejuela.
The Haywain Tryptych en la exposición `Visions of a Genius´ del Noordbrabants Museum, Den Bosch.
Foto © Ángel López Soto
.
Llegar a Den Bosch requiere aterrizar en Amsterdam o en Enindhoven. La ciudad que recibe con francos carteles sobre el peligro de comprar droga en la calle posee también el más importante museo con obra de otro de los grandes holandeses. En el Van Gogh Museum la disposición de la obra facilita un recorrido por la vida del artista y relaciona cada cuadro con el momento vital y artístico en que estaba sumido. Visitarlo es recibir un curso intensivo sobre el pintor. Hay quienes viajan a una ciudad llena de vida y de sensaciones de libertad como Amsterdam (libertad bien organizada en un tráfico de coches, tranvías y bicicletas sorprendentemente rítmico y respetuoso), solo para introducirse en este templo dedicado al pintor. Y no es extraño, pasar unas horas en él, es en sí mismo un viaje.
Pero la posibilidad más cercana y cómoda para terminar en Den Bosch es la de aterrizar en Eindhoven. Mucho menos conocida y mítica, esta ciudad fue apodada durante mucho tiempo con el nombre de Philips. Las fábricas y oficinas de la gran marca ocupaban una buena parte en un complejo cerrado al que solo tenían acceso los empleados. Fue un lugar con cierto halo de misterio. Hoy día, y desde que Philips se trasladó a Amsterdam, Eindhoven es una ciudad joven, poblada por alumnos de sus reconocidas escuelas universitarias, completamente conquistada por el arte y el diseño, y reciclada. Las fábricas y las oficinas de la ciudad en que se inventaron los Cd´s, los cassettes o las impresoras 3D, son ahora hoteles para ejecutivos, viviendas y lofts en alquiler con precios asequibles para estudiantes. Cuando se pasea en las calles bajo el cielo casi siempre blanco, no dejan de aparecer comercios en los que se nota la importancia del arte y el diseño. Muchos de los “sitios para salir” emparejan hedonismo y cultura. Hay restaurantes que son también galerías de arte y tienda. Uno de los más conocidos es Kazerne, tal vez no muy asequible para esos estudiantes que pueblan la ciudad, pero tampoco prohibitivo para nadie. Cenar en él es formar parte del ambiente cool, saborear los mejores productos holandeses (quesos, pescados…) con cerveza patria o vinos españoles. En su tienda pueden adquirirse caprichos arty. Otro de los sitios especiales de la ciudad es el Blue Collar, un hotel rockero con bar de comida rápida abierto al ambiente de la ciudad. Tiene instrumentos musicales (piano y guitarra) a disposición de los visitantes y es posible dormir por 20 euros si se elige una habitación de las compartidas. Su sala de teatro amueblada con madera oscura y terciopelo rojo es también un lugar que invita a la participación de los huéspedes y la improvisación. En Holanda toda esta apertura a la creatividad de los adultos se acompaña del civismo que la caracteriza. Este es el país en que los coches frenan para no molestar a las bicicletas y la basura solo aparece en su sitio: en contenedores y obras de arte. Y esto último es tal cual: A pocos kilómetros de la ciudad se encuentra uno de los show rooms más codiciados fuera del país, el de Piet Hein. Uno de los grandes placeres de visitarlo es ver la basura reconvertida. Bidones de gasolina, frascos de mermelada, latas aplastadas… todo vale para las obras de los artistas que exponen en uno de los lugares más nombrados en las revistas de decoración de todo el mundo. En el enorme hangar conviven un taller de trabajo acristalado, varias plantas con exposición y venta de muebles reciclados y obra, y una tienda. Cerca se sitúa otro taller, Sectie C, compartido por otros 15 artistas de diferentes procedencias y con trabajos muy interesantes y distintos entre sí. Entre ellos hay un español, Nacho Carbonell, cuya obra conquistó hace años el corazón de los holandeses.
El sendero para ciclistas de Nuenen evoca al cuadro `La noche estrellada´ de Van Gogh.
Foto © Ángel López Soto
.
Antes de pisar Den Bosch pasamos por Nuenen, una pequeña ciudad que parece dedicar su existencia a otro pintor, Van Gogh. Allí vivió el genio una temporada de su vida, en la casa parroquial que asignaron a su padre, y allí realizó su primera obra maestra, Los comedores de patatas. Van Gogh eligió siempre entre los motivos de su época, no las grandes construcciones ni los primeros destellos de la industrialización, sino los molinos y las casas humildes de los campesinos. No le gustaba dibujar a las damas y los caballeros de la aristocracia sino a las y los trabajadores que vestían con telas quemadas por el sol y trabajaban la tierra. Nuenen recuerda todo eso. Y de hecho es un museo viviente de su obra pues, cada tanto, aparece ante los ojos un paisaje, una casa, una iglesia o un molino con un panel que lo asocia al cuadro que realizó en su día mirando ese lugar. También en esta localidad se inauguró el año pasado un carril bici dedicado a Noche estrellada, uno de los cuadros míticos de Vincent. Es obra de Daan Roosegaarde. Cuando oscurece los guijarros que forman el carril desprenden luz, como en el cuadro las estrellas. Y no hace falta tenerlo como excusa para alquilar una bicicleta. El placer de recorrer a dos ruedas este lugar silencioso, en que los pocos coches que circulan lo hacen con la mayor delicadeza para no incomodar a los ciclistas, en que no hay ni una botella de plástico tirada a los lados de los caminos, y en que los paisajes del Van Gogh más oscuro no dejan de aparecer ante los ojos, es, de verdad una delicia. Una delicia que culmina con otra: la crema de trufas del restaurante De Watermolen Van Opwetten (dewatermolenvanopweten.nl) situado en uno de los molinos que pintó Vincent. Habrá muchos otros lugares para reponer fuerzas, pero este es inmejorable. Los holandeses, que lo saben, son quienes ocupan sus mesas y no tanto, aunque también, los turistas.
El Bosco se movió tan poco de su ciudad que es improbable que siquiera pasara por allí. Él se quedó siempre en Den Bosch. Su cabeza no necesitó salir de casa para poseer uno de los imaginarios más únicos y difíciles de descifrar. Fue su obra la que sí marchó lejos. Si en España tenemos parte de lo mejor de su producción es gracias a que el monarca Felipe II se convirtió en su admirador y fue uno de los mejores compradores de su obra.
La catedral de Den Bosch y su entorno vistos desde la torre del Bosch Art Center.
Foto © Ángel López Soto
.
En la plaza central de Den Bosch una escultura con la figura del pintor recuerda que allí vivió, justo en el edificio bajo el que se sitúa. Es la Central Markt, plaza encantadora, transitada por bicicletas y peatones, salpicada por algún café y su terraza y en la que hay mercado los miércoles y sábados. Si todas las ciudades tienen un sitio perfecto para sentarse a observar, el de Den Bosch está aquí. En ocasiones aparecen patos que se han perdido en su camino por los canales y se llaman desesperadamente, con intensos graznidos. Pero el viajero humano no se pierde en este lugar, puede callejear y siempre termina en esta plaza. Por otro lado, si ocrriera, siempre habría un guía: la gente es muy amable, acogedora y dada a la conversación. Todo el mundo habla inglés, como en el resto del país. Cada vez que paramos a mirar algo aparece una persona dispuesta a saber si necesitamos explicación. Cuando observamos uno de los muchos huertos urbanos que ocupan pequeñas parcelas entre callejuelas, es una mujer de unos 70 años quien interrumpe su trayecto en bicicleta para contarme cómo se dividen el trabajo entre vecinos y cómo se hace el reparto de la cosecha. Aquí nadie parece tener prisa. Las calles medievales de esta ciudad amurallada están plagadas de cafés preciosos y comercios muy modernos. La compra se hace sobre todo en tiendas especializadas en las que hay que esperar pacientemente el turno. Queserías, panaderías, pescaderías… Desde la mañana los cafés, las pastelerías y sus terrazas aparecen ocupados por grupos de gente de todas las edades con o sin sus bolsas de la compra a cuestas. Como sorpresa añadida las callejuelas lucen muchas tiendas de moda y decoración muy modernas. Tiendas de ropa interior en que las clientas se pasean con el sujetador que acaban de probarse, a la vista de quien mire desde fuera. Otras de ropa multimarca con mucho diseño holandés (y ese punto minimalista y cómodo pero sofisticado). También son prolíficas en galerías de arte. Una de las calles mejores para ver escaparates, gente y disfrutar de la creatividad patria es Hinthamerstraat. Cuentan que el ambiente se anima mucho más cuando se celebran festivales (de jazz, de teatro y este año los actos del V Centenario), y cuando hay procesiones o el párroco de la catedral organiza el maratón por el cáncer, en septiembre. Esta ciudad católica aún conserva devotos jóvenes, se nota hasta en los bares de moda. En el restaurante de comida rápida DIT, -donde lo más difícil es encontrar mesa libre y se pueden tomar platos sorprendentes y deliciosos de comida rápida mitad japonesa mitad holandesa-, las paredes lucen obra de artistas, junto a alguna estampa de la Virgen María. Como nos cuenta el dueño, no hay en ello ninguna pretensión, solo devoción. La misma Virgen María permanece en la catedral rodeada de velas y vestida por diseñadores locales. La catedral de Saint Jin puede considerarse un buen lugar para entender el espíritu del lugar. Al gótico brabántico y al órgano impresionante de 1620 le acompañan obras de artistas contemporáneos: Suben gritando en su camino al Cielo criaturas de piedra medio humanas medio animales, y también aviones y personas muy actuales en la vidriera del Apocalipsys del artista Marc Mulders. Fuera, entre los seres extraños de las gárgolas que recuerdan a El Bosco, hay un ángel con teléfono móvil, obra de Tom Mooy.
Nanine Linning Dance Company ensayando `Dance Between Hell And Paradise´.
Foto © Ángel López Soto
.
Por la noche hay una calle que se ilumina con las luces de los restaurantes que se sitúan, uno tras a otro, a los dos lados. Es Korte Pustraat. Con sus terrazas abiertas en cualquier momento del año, la calle permite elegir entre todo tipo de cocinas. Cuando oscurece se llena de gente de todas las edades entre velas y bebidas. Den Bosch recuerda a España en eso de que los bares siempre están llenos. Se nota el gusto por la vida social y el placer. Elegir aquí la mesa dependerá del tipo de cocina que apetezca y de la piel, cualquiera de las opciones es buena. A nosotros nos gustó Allerlei, -cuya especialidad es el marisco y con buena carta de vinos (albariños incluídos)-, por la oferta de mesas iluminadas con velas y perdidas en rincones, por la calidad de sus platos, por el servicio inmejorable, y también porque, para conmemorar al pintor bosquiano, ha estrenado vajilla con dibujos de algunos de sus fascinantes y extraños personajes.
Pero el centro del motivo que convierte a esta ciudad en fiesta, el V Centenario, está en el Noorbrabants Museum. Quinientos años después de la muerte de El Bosco, su obra vuelve a casa. La ausencia de cuadros suyos en su ciudad natal, que tanto duele a su gente, se ha compensado este año con la retrospectiva Visiones de un genio. El museo sí cuenta en su colección con obra de ese otro genio holandés, Van Gogh. (En sus paredes es posible ver algunos de sus primeros trabajos, más desconocidos, y comprobar lo oscuros que eran sus lienzos antes de descubrir el color en el sur de Francia). Pero para organizar esta, la muestra de El Bosco más ambiciosa hasta el mes de mayo (momento en que comienza la de El Prado), ha sido necesario el préstamo de otras pinacotecas. Gracias a El Prado, al MOMA, al Louvre, a la Gemäldegalerie (Viena), al Museo de Bellas Artes de Valencia, al Museo Británico, a la Fundación Lázaro Galdiano (Madrid) o al Museo del Palacio Grimani de Venecia, se han reunido 17 pinturas y 19 dibujos del artista, y 70 creaciones de su taller y entorno. La nave de los necios abre la muestra con la ilustración del viaje de la humanidad al fuego eterno, castigo a una existencia libertina. La ruta se distribuye en varios temas: El camino de la vida, El Bosco en Hertogenbosch, La vida de Cristo, El Bosco dibujante, Santos y el Fin de los tiempos. Uno de los cuadros estrella ha viajado desde El Prado: es el tríptico El carro de heno (1510- 1516) en el que una muchedumbre entre la que se encuentra un Papa, arrastra un carro de heno, metáfora de lo material, al infierno. El cuadro ilustra, como explican en el museo del que procede, el versículo de Isaías: “Toda carne es como el heno y todo esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae”. Pasear la mirada entre las paredes negras del museo para detenerla en el interior de los personajes bosquianos, -su gente desnuda absorta en la acción, sus monstruos, sus animales gigantes, sus pequeños dibujos que representan lo mejor y lo peor de la condición humana, sus mundos llenos de detalles-, es otro viaje dentro del viaje.
Bosch Art Center.
Foto © Ángel López Soto
.
Fuera de las paredes del museo hay más Bosco. Aparte de visitar el centro de arte dedicado al pintor, el Jheronimus Bosch Art Center, para ahondar en su vida, hay mucho más que hacer. A lo largo del año y con la idea de ofrecer “una gran experiencia de El Bosco” para toda la familia, se celebrarán muchos actos dedicados a él en toda la región de Brabant pero especialmente en su ciudad natal. Teatro, desfiles, espectáculos de luces al anochecer, cruceros en los que se narrarán historias relacionadas con su vida y cuadros…
En Den Bosch se comprende, y tal vez sea cosa más de la piel que del entendimiento, que la poderosa imaginación del genio no necesitara salir de esta pequeña ciudad amurallada y surcada por canales. Su misterio y su lucidez parecen seguir en ella.
Publicado originalmente en la revista Lonely Planet del mes de abril