Recorriendo las tierras de la comarca del Borinage (en la región belga de Valonia), y visitando las ruinas de algunas de sus minas, es fácil hacerse una idea de las durísimas condiciones de vida en las que, en la segunda mitad del siglo XIX, sin los avances y comodidades de hoy en día, debió desenvolverse un entonces joven Vincent Van Gogh cuando acudió allí para ejercer de predicador protestante entre los sufridos mineros belgas.
Su labor como misionero no resultó muy fructífera –a pesar de que plantó la semilla de una comunidad evangelista que todavía existe hoy en día–, pero a cambio la Historia del Arte ganó a uno de los genios más fascinantes de la pintura del siglo XIX. Y es que fue allí, en las tierras del Borinage, donde el pintor del pelo rojo dejó a un lado la Biblia para sustituirla por lápices y pinceles.
Van Gogh llegó a estas tierras en diciembre de 1878, después de haber probado suerte los últimos años como marchante de arte, profesor y vendedor de libros. Tras su desengaño trabajando en la galeríaGoupil & Cie –un puesto que había conseguido gracias a su tío Cent– en La Haya, Londres y París, el joven Vincent quiso seguir el camino de la predicación.
Primero intentó estudiar teología en Ámsterdam, pero al carecer de conocimientos de latín y griego pronto desechó aquella idea. Aún así, dejó los Países Bajos y se estableció en Laeken (Bélgica), dondecomenzó a asistir a una escuela evangelista. Allí sus profesores no tardaron en percatarse de sus escasas cualidades como predicador, sobre todo por sus problemas para hablar en público, pero Van Gogh mostraba tanto entusiasmo que consiguió que le enviaran como misionero a la comarca minera del Borinage.
Así fue como se estableció en una humilde casita de Colfontaine, la llamada Maison Denis, no muy lejos de la ciudad de Mons, desde la que escribiría cartas a su hermano Theo y realizaría sus primeros intentos de dibujar. Allí comenzó su vida como predicador, compartiendo la dureza de la vida de los mineros, los campesinos y sus familias y visitando minas como la de Marcasse para ganarse su confianza.
El fervor religioso de Van Gogh en aquella época era tan grande que no tardó en desprenderse de toda posesión material. Sólo Dios tenía cabida en su vida, así que entregó todo su dinero y ropas a los más necesitados de la región, convirtiéndose él mismo en “el más pobre de entre los pobres”. Tanto es así, que el futuro artista apenas comía, vivía de forma descuidada e incluso se manchaba el rostro con carbón para igualarse a los habitantes de la zona.
Tal vehemencia en su actividad evangélica le valió el apodo entre los mineros de “El Cristo de las minas de carbón”, y aunque Van Gogh ayudó todo lo que pudo a muchas familias, su comportamiento excéntrico de aquellos meses asustaba en ocasiones a los habitantes del Borinage, por lo que su labor misionera terminó siendo un fracaso.
Cuando en julio de 1879 sus superiores decidieron no renovarle el contrato –pues consideraban que su comportamiento excéntrico “socavaba la dignidad del sacerdocio”–, Van Gogh cayó en una severa depresión y cortó todo contacto con su familia durante casi un año. Sin embargo, no abandonó el Borinage, y aunque no sabemos prácticamente nada sobre esos meses de zozobra que sufrió el holandés, aquella crisis de identidad acabó actuando como una catarsis que le decidió a convertirse en artista.
Tras vivir durante un tiempo con el minero evangelista Édouard Joseph Francq, Van Gogh se trasladó a la casa de la familia Decrucq, en el número 3 de la Rue du Pavillion, en Cuesmes, a las afueras de Mons. En esta vivienda –hoy convertida en centro de interpretación sobre la estancia del pintor en el Borinage–, se produjo la definitiva transformación de Van Gogh en el artista que llevaba dentro, después de llegar a la conclusión de que la mejor forma de servir a Dios era a través de la pintura.
Siguiendo los consejos de su hermano Theo, y ayudado económicamente por este, Vincent comenzó a dibujar en aquella casita de Cuesmes, y se lanzó a estudiar los rudimentos del arte del dibujo y la pintura, ayudándose de manuales sobre perspectiva y anatomía, o siguiendo cursos de dibujo como el diseñado por Charles Bargue.
Al mismo tiempo, Vincent pidió a su hermano que le enviara reproducciones de obras de grandes artistas –especialmente de Millet– para practicar copiándolas, un procedimiento que era muy habitual entre los estudiantes de arte del siglo XIX. Con la llegada del otoño de 1880 Van Gogh abandonó el Borinage y encaminó sus pasos hacia Bruselas, siguiendo la recomendación de su hermano de estudiar con el artista Willem Roelofs.
Éste convenció a Vincent –pese a su aversión a las escuelas oficiales– para que ingresase en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde durante unos meses continuó profundizando en el desarrollo de su técnica. Al año siguiente Van Gogh regresó a Etten junto a sus padres, y a partir de ese momento comenzó a crecer como artista, hasta terminar convirtióndose en la leyenda que hoy todos conocemos.
Sin embargo, su paso por el Borinage fue mucho más que un punto de inflexión en su vida y su carrera. En la región belga Van Gogh realizó sus primeros dibujos, pero al mismo tiempo comenzó a desarrollar algunos de los temas e intereses que seguiría abordando el resto de su corta carrera. Por ejemplo, su interés por las escenas de la vida diaria de la gente trabajadora, una realidad de la que él mismo había formado parte durante su estancia en la región, al convivir con mineros y campesinos.
Fue también durante este tiempo –concretamente en marzo de 1880– cuando contempló confascinación el trabajo de los tejedores, que retrataría años más tarde. Lo mismo sucede con su interés por las humildes viviendas de los mineros de Cuesmes, prácticamente chozas rudimentarias en las que él mismo vivió. Van Gogh dibujó estas humildes casas ya en aquella etapa temprana y más tarde volvería a retomar el tema en sus últimos años de vida.
Su interés por realizar copias de obras de otros artistas, práctica que inició durante su estancia en el Borinage, se extendió también a los últimos años de su vida, pues mientras estaba en Arles y Saint-Rémy volvió a plasmar con sus pinceles versiones de obras conocidas de otros pintores, pero en esta ocasión “traduciendo” las imágenes en blanco y negro a pinturas de vivos colores con el característico estilo del genio del pelo rojo.