El beso de Breznev y Honecker. East Side Gallery.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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La mañana del 13 de agosto de 1961, Ida Siekmann, que por entonces contaba con 58 años, se asomó por la ventana de su cuarto piso en la calle Bernauer de Berlín para contemplar cómo un muro había sido alzado frente a su fachada. El muro de Berlín (denominado oficialmente por la URSS como Muro de Protección Antifascista) se construyó en la ciudad alemana sin previo aviso y en una noche. Solo un pequeño segmento se quedó en alambrada. Berlín despertó dividido en dos y así estaría 28 años. El 9 de este mes se conmemora el 25 aniversario de su caída.
Nacidas sin muro
Por Nacho Carretero
Muchos vecinos del este cuyas casas estaban cara a cara con el muro –en ocasiones a centímetros- optaron por saltar al otro lado y huir del aislamiento que la República Democrática Alemana (RDA) les tenía preparado. El problema para Ida Siekmann es que el suyo era un cuarto piso. Así y todo decidió intentarlo. La noche del 22 de agosto, junto a otros vecinos y cargada con una maleta, reunió el valor para saltar desde su cuarto piso. Abajo los bomberos del oeste esperaban con una colchoneta, pero algo salió mal, e Ida se estrelló contra los adoquines. Murió en el hospital a los pocos días. Ida Siekmann se convirtió así en la primera víctima del muro de Berlín. Le seguirían muchas otras.
La generación sin dividir
Berlín rebosa turistas estos días. Más, incluso, de los que habitualmente llenan sus calles. El próximo mes de noviembre la ciudad conmemora el 25 aniversario de la caída del muro. “El asunto del muro, del este y del oeste, es un tema del que no solemos hablar entre las amigas. A veces mis padres sí que hacen algún comentario, pero entre la gente de mi generación no es habitual”. Lo explica Julia Rautemberg, vecina de Berlín y relaciones públicas en una oficina de la ciudad. Julia, como todas las protagonistas de este texto, tiene 25 años: nació cuando el muro moría. Ellas forman la nueva generación de Berlín. La primera que nació sin dividir. “Para nosotras el muro es una parte más de la Historia que estudiamos y ahora también una atracción turística para visitantes. La ciudad está llena de nuevos museos, ofertas y atracciones”, dice Nora Durstewitz, de la misma edad que Julia, también berlinesa. La experiencia de Julia y Nora –que perciben el muro como un recuerdo del pasado- nada tiene que ver con lo que aquella barrera significó para sus madres y abuelas. En tan solo 25 años y un espacio de algunos kilómetros cuadrados se produjo un cambio radical, un contraste asombroso para toda una generación de mujeres.
“Nuestras madres podían diferenciar a alguien de Berlín oeste o este”, explica Nora. “Muchas veces a simple vista, por la ropa, el peinado y también la mentalidad. En su época estaba claro quién era de cada lado e incluso después de la caída del muro las diferencias seguían establecidas”. Y añade: “Hoy en día es imposible distinguir si una chica que acabas de conocer es del oeste o del este. Y tampoco nos importa. Es algo que nunca se te ocurriría preguntar. Berlín es para nosotras una sola ciudad”.
Cuando Berlín eran dos, esas cosas sí importaban. Ser del oeste o del este era la diferencia entre ser libre o no serlo. O al menos, no serlo tanto. “Mi madre y mi abuela –rememora Julia-me hablan a veces de los ‘Exquisit’. Eran las tiendas donde vendían los productos básicos: comida, ropa o higiene. No había mucho más. Ni se podían imaginar un centro comercial como a los que vamos ahora de compras. Eran todo tiendas pequeñas”. Nora añade: “Las compras, además, estaban limitadas. No podías comprar todo lo que quisieras aunque pudieras. Había un máximo de productos, especialmente en los electrodomésticos y muebles. Eso, claro, es algo impensable para nuestra generación: no porque queramos todo, sino el hecho de que alguien nos diga lo que podemos comprar o no”.
Martina Menger es estudiante berlinesa, de la misma edad que Julia y Nora. “Mi abuela suele recordar que no le dejaban comprar música del Oeste. Solo de grupos y bandas del Este. Y eso le enfadaba mucho”, explica riendo. “Los plátanos también eran productos difíciles de conseguir, porque se importaban”. Detalles como el de las bananas evidencian el tremendo contraste, el profundo cambio que ha experimentado Berlín: de una ciudad con obligación de racionar la fruta a la capital de moda en Europa, famosa por su atmósfera de libertad.
Las madres y abuelas de estas chicas tampoco podían comprarse un coche. No al menos fácilmente: se necesitaba una solicitud que a veces se extendía hasta diez años y si se tenía suerte, se optaba a un vehículo de segunda mano. “Casi todos los coches –explica Nora- eran Trabis, que ahora son símbolos nostálgicos de la RDA y los turistas quieren alquilarlos. La gente del gobierno sí se podía comprar Dacias o Skodas”. Berlín cuenta ahora con uno de los parques móviles más modernos de Europa. Un simple paseo por la ciudad es suficiente para dar fe de ello.
Gedenkstätte Berliner Mauer.
Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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Las oportunidades de las que disponen Julia, Nora, Martina y todas las chicas de su generación en Berlín están en otro mundo si se comparan con las que tuvieron sus madres. “La educación no era mala”, explica Julia. “Pero las plazas universitarias estaban muy limitadas. Solo había unas pocas por cada carrera, por lo que casi ningún vecino de Berlín este podía estudiar lo que quería. Mi madre no pudo acceder a la carrera que deseaba”. Y Nora coincide: “La mía tampoco. Siempre dice que en Berlín este nadie se dedicaba a lo que quería”. Solo una generación después estas chicas han estudiado las carreras que escogieron y Julia y Nora ya trabajan. Berlín ofrece hoy un extenso catálogo de caminos para la gente joven, especialmente en el sector servicios, donde miles de jóvenes de toda Europa encuentran hueco.
Pese al entorno que padecían, Julia, Nora y Martina coinciden en señalar que la mentalidad de sus madres no es muy distinta a la suya. “Las mujeres de Berlín este eran muy abiertas y sociables”, explica Martina. “Casi todas ellas trabajaban y se emancipaban pronto. Ser madre soltera no estaba mal visto y era aceptado como lo es hoy en día”.
“Mi madre me cuenta que solía imaginar cómo era el lado oeste”, dice Julia. “Se imaginaba un montón de tiendas, siempre llenas donde las mujeres del oeste podían comprar de todo. También pensaba en la suerte que tenían por poder viajar libremente. Ellas no podían hacerlo, apenas viajaban y si lo hacían era a otros lugares de la RDA”. El recuerdo de la madre de Nora es más gráfico: “Mi madre se imaginaba que en la parte oeste todo era más grande y lleno de colores”, afirma sonriendo.
Estas chicas, como todas las berlinesas de 25 años o menos, pertenecen a una generación que no padeció la traumática división. La frontera que hasta 1989 mantuvo Berlín fragmentado, separó a familias e impidió la circulación de un lado al otro de la ciudad. Solo los berlineses del oeste, tras una molesta burocracia, tenían autorización para cruzar al otro lado y visitar a familiares y amigos. “Mi madre me cuenta –dice Nora-, que les traían caramelos y algunos juguetes que en el este no tenían”. Julia explica que su abuela pospuso su boda cuando construyeron el muro. “Pensaba que no iba a durar mucho, como muchos berlineses del este, pero el tiempo pasaba y asumieron que sería largo. Así que se casó pese a la separación. Y muchos familiares que vivían en el otro lado no pudieron asistir”.
La cicatriz que siempre queda
Frederike Rüffer –de nuevo 25 años- estudia Psicología y Economía. “Empecé estudiando Economía por llevarle la contraria a mis padres, que son psicólogos. Luego me di cuenta de que soy igual que ellos y decidí seguir su camino sin abandonar los números”, explica riendo. La familia de Frederike también es de Berlín este, pero son menos críticos con lo que vivieron. “Ellos fueron felices. Y mis abuelos también. Pero también son felices ahora viendo que yo soy más libre, aunque sienten que el mundo es más inseguro. Ellos sabían dónde trabajar, dónde vivir, tenían sanidad, dinero asegurado… Y eso no lo tienen ahora”, explica Frederike. Y añade: “Creo que hay una versión única de los hechos y faltan matices. Por ejemplo, en el colegio estudiábamos que los soldados del este disparaba a la gente que trataba de cruzar el muro, pero no nos decían que también los del oeste disparaban”. La explicación de Frederike va un paso más allá. Tras una primera toma de contacto con estas chicas, y excavando un poco, se percibe, con sutileza, que algo de aquella división berlinesa sí pervive entre los jóvenes nacidos ya sin muralla. Que la cicatriz que dibujó el muro, aunque cerrada, sigue siendo a veces visible.
Martina ahonda en los ecos –tenues- de la división. “Yo me he dado cuenta de que mis mejores amigas han sido siempre del este. Sin haberles preguntado, siempre acababa rodeada de gente del este. No sé, igual aún queda algo de mentalidad”.
La realidad es que, a día de hoy, los salarios en empleos no cualificados siguen siendo algo inferiores en la parte este de la ciudad, donde también los alquileres de viviendas resultan casi siempre más asequibles. Nora Durstewitz pone un ejemplo mucho más gráfico, que explica entre risas. “Voy a hablar de mi suegra”, y prosigue tras una carcajada. “Ella es lo que se entiende como una típica mujer de Berlín oeste. Es ama de casa y en la época del muro casi todas las mujeres del oeste eran amas de casa mientras que las del este eran trabajadoras. Este estereotipo aún pervive”.
“La diferencia es que ahora no importa”, dice Frederike. “Puedes saber si alguien es del este o del oeste, pero a nadie le importa. Mis padres sí tenían más en cuenta esto, porque tenían una mentalidad diferente y a veces chocaban con vecinos que eran del oeste. Y de hecho, todavía les pasa, en cuestiones políticas o incluso en forma de ser. A nosotras eso ya no nos ocurre”.
De historia a turismo
El muro ha mutado de realidad social a atracción turística. “Es curioso –expresa Martina- cómo cosas que hoy están en los museos de Berlín y vienen a visitar los turistas, fueron vividas por mis padres no hace tanto”.
El 25 aniversario de la caída del muro ha hecho que todo Berlín gire en torno a esta efeméride. Las ofertas y programas de turismo parecen inagotables. Es un excelente momento para visitar la ciudad. “La división es un recuerdo”, reflexiona Julia. “Para nosotras las berlinesas no quedará nada de ella en pocos años más allá de los museos”. Y los museos, como el Chek Point Charlie o el interesantísimo museo de la RDA, ofrecen estos días su mejor cara para explicar que Berlín, la ciudad de moda, fue atravesada por un muro cuya cicatriz, si se observa con atención, todavía puede verse.
artículo publicado en el suplemento Yo Dona del diario EL MUNDO